Triste aniversario

BARBANZA

19 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Del 2006 queda para el recuerdo uno de los más graves atentados medioambientales que vivió Barbanza y, por extensión, Galicia. Aquel año el fuego fue el triste protagonista de un verano en el que las llamas arrasaron centenares de hectáreas por obra y gracia de, por ahora, no se sabe quién... El caso es que uno, que soy yo, cuando llegó a Barbanza para trabajar todavía recuerda el impacto que le generó ver una fotografía aérea de monte Louro vestido de negro. Pero ese milagro que se llama naturaleza, una vez más, se encargó de enmendar la plana de algunos lunáticos que optaron por quemar el suelo, la flora y la fauna de ese espacio de forma singular y piramidal que da sombra a una de las playas más bonitas que uno puede encontrar de Ribadeo a Tui. Desde entonces, los años se han sucedido con veranos en los que las hectáreas quemadas fueron más o menos numerosas. A veces, y desde estas páginas, uno tiene respeto al recordar que en el último bienio la comarca ha pasado de puntillas en lo referido a esta lacra. Y es que en el 2014 y 2015 los frentes no sumaron, en cada ejercicio, más de 100 hectáreas arrasadas. Tal vez la razón de esa buena noticia fuera los esfuerzos que hacen los distritos forestales cuarto y quinto durante los doce meses del año, el trabajo de las cuadrillas municipales o de la Xunta, el compromiso de los comuneros, o, simplemente -aunque creo yo menos probable- que los incendiarios han abandonado el lado oscuro para mutar en personas civilizadas que respetan el patrimonio global. Lo que resulta evidente, y para llegar a esta conclusión solo es necesario hablar con los profesionales que llevan años apagando fuegos, es que una vez más la sociedad y sus montes están en manos de personas que disfrutan causando daño, que gozan arrasando todo lo que encuentran a su paso con un simple mechero y la complicidad del calor y el viento. Por eso, señor ciudadano, usted también puede aportar su granito de arena al denunciar todo aquello que sea sospechoso, y, ya puestos, de inmortalizarlo con esos bonitos teléfonos que el progreso ha colado en nuestro bolsillos.