Zoología

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

22 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días me agitó la conciencia un documental dedicado al mundo de los perros. Pero no perros comunes, perros callejeros, perros de casa, perros a los que uno ama y devuelven tu cariño con mil zalamerías, cuidando a los niños o avisando en perrunés que acaba de llegar el tío Germán, el cartero o la bombona. En el reportaje televisivo pude ver los mejores hoteles para perros que aquí y allá se alzan en el universo mundo.

Primera precisión. El más barato de estos lujosísimos albergues perrunos factura quinientos dólares al día con todos los extras pagados. ¿Extras? ¡Extras! Hidromasaje, sauna, ducha específica, champú de flores, crema de olíbano y peluquería con tijeras de oro, por no hablar del restaurante con más estrellas que El Celler, El Bulli o el Noma. Un/a arpista, violinista o flautista para adormecer a la criatura en su mullida cama vestida de seda finísima con la intensidad lumínica perfecta tal y como recomiendan los veterinarios más in del mondo cane. Pensaba yo, tan pronto como apagué el televisor, en la injusticia que de nuestra mano ha invadido el mundo. Pensaba en tantas cosas, en tantas estupideces? No podía ni puedo aún comprender como hemos caído tan bajo. Este mismo periódico el pasado febrero contaba que los perros de Isabel II de Inglaterra tienen un mayordomo particular que les sirve una dieta homeopática exclusiva para cada can. Entonces abrí mi Facebook y me encontré con este pasquín: «Raro mundo. Llevamos a nuestros niños a guarderías y a nuestros padres a geriátricos. Y nos compramos mascotas para no sentirnos solos». Como diría Carmiña: «¡Mátame cameón!» Pues eso.