Fan incondicional de Ramón Campos

BARBANZA

22 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde aquí quiero declararme seguidora incondicional de Ramón Campos, el noiés que, junto a su mujer, Teresa Fernández-Valdés, ha logrado fundar un auténtico imperio del sector audiovisual llamado Bambú. Este sano fanatismo me lleva a accionar la máquina de los sueños, considerada por algunos la caja tonta, cada vez que su nombre aparece en los títulos de crédito. Gracias a él he viajado a la España de los años 60, he tratado de desvelar interesantes misterios que parecían no tener respuesta y, en estos momentos, mantengo una relación de amor y odio con la diplomacia mientras añoro que el maestro del celuloide abuse un poco más de los paisajes que, en este caso, me ayudarían a empaparme del exotismo de Tailandia.

Reconozco que fue la primera historia que escribió el gran Campos, la de sus vivencias, la que me dejó prendada cuando la exitosa serie que lo catapultó a la fama, Velvet, estaba todavía cocinándose. Él, que estrenó su primer corto en una pizzería de Noia, es la prueba viviente de que, desde una pequeña localidad de Barbanza, se puede llegar a lo más alto, en este caso, del sector audiovisual. Pero, lo más admirable, es que no duda en abandonar ese firmamento de estrellas del que ya forma parte para regresar a casa y comportarse como un vecino más.

Fue el guion que podría escribirse con la meteórica trayectoria del director noiés el que me hizo accionar el botón del mando aquel 17 de febrero del 2014, cuando se proyectó el primer capítulo de Velvet. Aunque, por momentos, la serie cobraba claros tintes de pastelada interminable, fui incapaz de abandonar a Paula Echevarría y Miguel Ángel Silvestre, e incluso estoy casi segura de que me mantendré fiel cuando comience la próxima temporada. No me siento capaz de fallarle a Ramón Campos aunque, si de mí dependiera, el culebrón habría terminado hace tiempo.

Quizás por eso, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno, me quedé en su día con Bajo sospecha, el segundo gran éxito televisivo del noiés. Tanto la primera como la segunda parte de esta serie fueron cortas y precisas, con historias capaces de mantener la tensión hasta el final. De esta sí que no me perderé la tercera temporada si es que llega a realizarse.

Ahora, mi cita de cada lunes tiene lugar en La embajada, una telaraña formada por un sinfín de preguntas sin respuesta sobre la que planean las imprescindibles historias de amor. En el último capítulo fuimos dos millones y medio los espectadores que estuvimos al pie del cañón. Casi nada.

Con ansia espero el momento en el que Ramón Campos vuelva a casa para rodar en ella una de sus producciones llamadas a triunfar. Yo no le fallaré.