El camino de la accesibilidad

A. Gerpe CRÓNICA

BARBANZA

04 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace años que las asociaciones dedicadas al cuidado de las personas con discapacidad trabajan en la comarca para conseguir la eliminación de las barreras arquitectónicas y la palabra accesibilidad está en boca de los políticos de uno y otro signo de forma constante. Puede decirse que algo se ha avanzado, pero cabe señalar que es muy poco porque las normativas que regulan este tipo de cuestiones llevan unas dos décadas en vigor y basta con leerlas para ver que son de lo más completas. Es decir, que lo único que hace falta es aplicarlas y, sobre todo, con sentidiño.

No basta con habilitar aparcamientos públicos para ciudadanos con discapacidad, porque no se trata de cubrir el expediente, sino de que puedan ser utilizados por sus destinatarios. Por eso, sorprende ver algunos de estos estacionamientos situados de tal manera que el usuario o sus acompañantes tengan que hacer juegos de equilibrio para bajar la silla de ruedas y al ocupante sin obstruir la calzada.

Después está la famosa colocación de rampas y hay quien cree que basta con poner una para que el edificio o negocio sea accesible. No es así, una rampa no lo es todo. De hecho, en algunas calles de la comarca pueden verse estructuras de este tipo que solo sirven para que un peatón despistado acabe dándose de bruces contra el suelo o, simplemente, para ocupar un trozo de la vía pública.

No hay que pensar que la movilidad reducida afecta solo a quienes van en silla de ruedas porque, con el nivel de longevidad actual, ya hay un elevado volumen de ciudadanos paseando por las calles de la comarca a los que les falla la agilidad y, sin necesidad de llevar ni muletas ni silla de ruedas, les cuesta trabajo subir aceras que más bien parecen escalones.

Acometer actuaciones en materia de accesibilidad es económicamente costoso. En líneas generales, los ayuntamientos de la comarca carecen de uniformidad urbanística. Tan pronto puedes encontrarte una acera amplia como, acto seguido, una excesivamente estrecha, una situada al nivel de la calzada y otra a dos metros de altura.

No hay más que fijarse en los comercios. En un buen número de ellos la entrada se hace mediante escaleras y, en la mayoría, las puertas no son abatibles. Todo es un suma y sigue que dificulta el desplazamiento de ciudadanos que, con un urbanismo ordenado y equilibrado no tendrían que sortear tantos obstáculos, porque esa es otra. Las calles peatonales acostumbran a estar plagadas de los más diversos elementos: papeleras, soportes para poner publicidad , bancos en los que no se sienta nadie, jardineras, terrazas. Es como si existiera miedo a dejar espacios libres.