Europeos sí, pero con persianas

Álvaro Sevilla CRÓNICA

BARBANZA

30 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay un aspecto de la cultura británica que sorprende por igual a todos los gallegos que emigraron a Reino Unido para buscarse la vida: la ausencia absoluta de persianas. Recuerdo vivamente esa sensación de estar en cama, somnoliento, y que los rayos del sol comenzasen a entrar por la ventana alrededor de las cinco y media de la mañana. Giovanni y Nicola, los chavales italianos con los que compartíamos piso, optaron por el camino fácil: colocar el armario delante del ventanal. A grandes males, grandes remedios. Otros se las ingeniaron como pudieron, en algún piso llegamos a ver maletas tapando ventanucos. En Londres se canta O Miudiño en los bares, se celebra San Xoán, hay Estrella Galicia, tortilla, lacón, queimada, pulpo y prácticamente cualquier antojo que puede necesitar un «morriñento» gallego cuando está lejos del hogar. Para sentirnos en casa solo falta que alguien busque una solución seria para el tema de las persianas.

Según mis estimaciones, día arriba día abajo, llevamos cerca de media vida en campaña electoral. El eslogan, aunque cambie en su forma final, es el mismo para todos los partidos políticos. Podría ser a algo así como: «Queremos una España mejor», ¿y quién no? Se preguntará cualquiera. Detrás de ese lema, cada formación defiende un programa diferente, que no suelen airear demasiado mientras bailan y cantan en los platós de televisión. Quizás sea por temor a que el electorado se percate de lo que tienen pensado hacer antes de tener atado el sillón.

A Rajoy se le escapó hace unos días que una de sus propuestas estrella para la próxima legislatura es cambiar el huso horario y adaptar la jornada laboral a la del resto de Europa. De hacerlo, habría que madrugar más, pero se saldría de trabajar alrededor de las seis de la tarde. Expertos de todos los puntos del globo defienden este nuevo paradigma de trabajo, que aplican con éxito desde hace años los países nórdicos, además de Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos. Afirman que mejora la productividad y competitividad, que se aprovecharía mejor el tiempo en la oficina, que bajaría el consumo energético de las empresas y que los trabajadores tendrían más posibilidades de conciliar su vida personal con la profesional.

Si todo son puntos a favor, ¿por qué aún no se ha aplicado? Creo que la respuesta la escribió Charles Dickens hace años, cuando puntualizó que «el hombre es un animal de costumbres». Muchos estarán en contra y otros añorarán esas soleadas tardes de verano que se alargan hasta las diez de la noche. Yo seré uno de los últimos, pero si al final alguien da el paso, le felicitaré por remar a contracorriente. Solo pido que tenga en cuenta una única cosa: Europa sí, pero nosotros con persianas.