París (y 2)

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

26 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El asunto de París merece una segunda parte que se sume a la publicada la pasada semana en esta misma sección. Como ya se apuntaba, la guerra que se libra, es guerra de religión, guerra santa como nosotros llamábamos a nuestras sangrientas cruzadas medievales. Hay ahora, en el siglo XXI, otros componentes de volatilidad suma en el inestable laboratorio de nuestros días. El dinero, el petróleo y el comercio de armas son los santos que se alzan en las peanas de esta iglesia/arsenal a punto de explosionar de tan cerca que está la yesca de la pólvora para hacer volar en el vacío diez planetas como el nuestro.

La ambición del género humano es desmedida y la codicia actual, el amor por el dinero y la disconformidad por la suerte de cada cual en esta vida loca, no se asume con la docilidad que se asumía en el pasado. En los viejos tiempos la gente acostumbraba a convivir con su destino y uno a sus cabras y otro a su arado. Uno a sus lujos y otro a su poder. Tal parecía que el mundo y nuestro tránsito por él no eran más que un sino marcado por un dios cruel al que había que obedecer sin rechistar pues mayores podrían ser las penas en la casa de cada quien. Pero con la revolución francesa, las gentes despertaron del sueño eterno, el criado pasó por las armas al amo y el ganado, el oro y la vida acomodada fueron de aquellos que llegaron a poseerlos sin tener que revelar los comos ni los porqués.

La Santa Iglesia quedó reducida al Vaticano y hoy ya se le exige transparencia por vía penal. Las cruzadas modernas se dirigen otra vez a Oriente Medio pero el Santo Grial que buscan es el cáliz invertido de una torre petrolífera. La sangre divina no llueve de los cielos sino que surge del vientre de la tierra. Por ese vómito negro se mata a inocentes y se enfrentan ejércitos. Los unos lo quieren por la fuerza y los otros son sus dueños naturales y no quieren ver por allí al taimado hombre blanco que solo trae desgracias. Este es el fondo de la cuestión. Las armas que matan a unos y a otros son fabricadas y vendidas por quienes predican la paz. Y mientras tanto, como siempre, los inocentes yacen mirando aterrados al cielo negro como el fondo del Guernica de Pablo Picasso.