El pincel noiés que amaba los muros

antón parada / A. G. RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

MARCOS CREO

El creador expone actualmente en una galería compostelana y en el museo de Artes en Ribeira

05 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

El selecto gremio de críticos de arte acostumbra a juzgar la obra de un autor desde el punto de inflexión en que este consigue relevancia mediática. No obstante, para que un simple hombre se convierta en un artista reconocido han de sucederse incontables noches en vela y sus correspondientes lápices y pinceles astillados del frenético uso. El noiés Alfonso Costa Beiro sabe mucho de esto último.

Tras unos comienzos difíciles, se abrió paso entre las salas de museos y galerías internacionales para, en la actualidad, llegar a ser un representante vital del sector en la comarca y en España. Hoy el público puede disfrutar de dos exposiciones en Galicia: una en la galería Bus Station Stage de Santiago de Compostela y en el ribeirense Museo do Gravado de Artes. Pero antes de exponer hay que ganarse el marco.

Lienzo en blanco

Con 12 años, Alfonso Costa invertía las veladas en hacer lo que más le satisfacía: dibujar y pintar. Pero en la Noia de aquella época no podía dar salida a su inquietud académica por esa vía, ya que no existían recursos de este tipo. Por ello comenzó a trabajar a los 15 años en un juzgado tomando dictados. Más tarde se pasaría a una relojería de esta localidad.

Su padre, consciente de la habilidad de Costa, le inscribió en un curso de pintura por correspondencia. Así por las noches realizaba los ejercicios que le asignaban, entregando más láminas de las acordadas. Todas ellas recibían siempre la calificación de nueve o diez. «Mi padre les envió una carta para ver si era posible que me diesen algún trabajo y a los 16 años entré en el estudio AFHA», rememoró el pintor sobre su llegada a Barcelona.

Lejos de lo que él pensaba que sería trabajar en un estudio, le encargaron que barriese el suelo y limpiase las paletas sucias. Pero la Ciudad Condal le brindó la oportunidad de formarse y a los 19 años se inscribió en la titulación de Artes y Oficios Artísticos. Gracias a la positiva valoración de sus profesores, expuso por primera vez en 1972 en el Passeig de Gràcia.

«En ese año entré como pintor en la Galería 13, exponiendo para ellos hasta su fin, en el 85, por allí habían pasado grandes como Miró o Miralles», destacó Costa sobre una etapa que le llevaría a ver pasar su obra por ciudades de la talla de París, Basilea o Nueva York. Pasaría un año becado en Florencia estudiando la obra de Giotto.

En 1974 conquistó a la crítica con su mural de 300 metros cuadrados en solitario en las paredes del Instituto Frenopático de Barcelona. «Cuando entré los pacientes pensaban que era otro enfermo, para que no hubiese barreras y pudiese recoger sus vivencias», explicó sobre cómo plasmó durante cuatro veranos las historias que le contaron, como uno que se creía Napoleón.

Flirteó primero con el impresionismo, luego se metió en la neofiguración y por último se volcó en el expresionismo. Su vuelta a Galicia con la muestra en la coruñesa Sala Mestre Mateo, en 1975, estuvo marcada por la influencia de lo que considera «un lugar para soñar». Después la USC y Caixa Nova se interesaron haciendo una retrospectiva de su obra en la universidad y las salas de Vigo, Pontevedra y Ourense.

La actualidad

Ahora expone en la galería compostelana Bus Station Stage, bajo el título: Imaxinar que soño, hasta el 5 de noviembre. Y en el Museo do Gravado de Artes con Sypherus papyrus, una serie de dibujos sobre papel prorrogada hasta finales de octubre. Esta sala también acoge permanentemente su trabajo colectivo con Manuel Ayaso, único en España, que consiste en 200 dibujos sobre un mismo papel. Realizarán una segunda versión que podría ser llevada a Manhattan al Instituto Cervantes. Pero esto solo es el principio de otras largas noches.

alfonso costa beiro pintor