Los lunes negros del hospital

María Hermida
María Hermida RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

CARMELA QUEIJEIRO

Ayer, de nuevo, el servicio de urgencias estaba desbordado

02 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Los lunes, históricamente, son días complicados en los servicios de urgencias de todos los hospitales. Siempre aumentan los pacientes. Si a ello se suma que últimamente la gripe y las infecciones respiratorias no dejan de hacer mella, da como resultado lo que ocurría ayer en el complejo sanitario de Oleiros: estaba de bote en bote. En urgencias la actividad era frenética. Pese a ello, y afortunadamente para los barbanzanos, la imagen que ofrecía el servicio no era la típica de pasillos abarrotados y pacientes en condiciones precarias, sino que se intentaba, en la medida de lo posible, mantener a los enfermos en condiciones confortables.

Sobre las dos de la tarde, lo primero que sorprendía en urgencias era la sala de espera. Había más de veinte personas aguardando. Algunas mareadas; otras con dolor de espalda. Quizás, la que más llamaba la atención era una mujer sonense con un vendaje considerable en la cabeza. «Levou un golpe cunhas madeiras e cosérona no centro de saúde, pero hai que lle facer placas e para iso toca esperar, debemos chegar hai unha hora e xa nos dixeron que hai moitísima xente; temos para bastante. Xa nos informaron de que incluso estes días se mandou xente para Santiago», indicaba su acompañante. La paciente, mientras, permanecía con la cabeza apoyada en la pared y los ojos cerrados.

Tampoco se encontraba demasiado bien un hombre de Bretal que aguardaba en otro asiento. Le dolía la cabeza. Su acompañante, hablaba por él: «A verdade é que isto está colapsado, pero non nos podemos queixar porque a atención é boa e é razoable que vaian primeiro os que máis graves están».

Ya dentro del servicio, las historias como estas se multiplican. Casi todos los pacientes son comprensivos con el personal. «Se desviven por atenderte, pero no pueden más», explicaba una mujer de A Pobra. Su marido, Vicente García, al igual que una mujer de Palmira, María González, compartían un mismo box de urgencias solamente separados por un biombo. Tenían el espacio justo para ellos y una silla para quienes les acompañaban. Les tuvieron que poner así ante el colapso del servicio. Ellos parecían entenderlo: «Claro que estamos moi xustiños, pero non se pode facer outra cousa», decía la mujer de Palmeira. «La verdad es que con el día que tienen, con gente por todas partes, nos atienden bien», enfatizaba Vicente. En ambos casos, sus problemas eran respiratorios. «Es lo típico en estas fechas, pacientes con afecciones respiratorias, muchas de ellas graves y que requieren hospitalización», comentaba el jefe de urgencias, el doctor Fandiño.

Pendientes de cama

Siguiendo con la visita al servicio, enseguida aparecen quienes están a la espera de ser ingresados. Permanecen en cama, casi todos con oxígeno. Ayer estaba ahí, por ejemplo, Salustiano, de San Pedro Muro, que ya llevaba 24 horas esperando a que quedase un hueco en planta. «Aquí estamos; é fastidiado pero non teñen onde meternos», decía. A su lado, un hombre de Aguiño, que ya había perdido la cuenta del tiempo que llevaba en urgencias. «Levo varios días aquí», decía. En su caso, tenía tanto mascarilla como otros aparatos.

Y, mientras la resignación cunde entre los pacientes, el personal vive en permanente situación de agobio. Auxiliares, enfermeras y médicos se movían a toda velocidad ayer. Como los últimos lunes, se había reforzado la plantilla. Aún así, faltaban manos para tantas urgencias. Sobre las dos, se había atendido ya a 37 personas. Pero la sala de espera seguía a tope. Unos acumulaban una hora de espera. Otros dos. Algunos tres. Era la historia de un lunes difícil. De un lunes de abarrote.