En guerra contra la otra marea negra

Javier Romero Doniz
JAVIER ROMERO RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

SIMÓN BALVÍS

Tres operativos más esta semana revelan el pulso entre Policía y furtivos

08 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

A los furtivos se les conoce también como la otra marea negra que recorre la costa gallega. En Barbanza, su paso por las playas es tan antiguo como la arena que pisan. Desde hace unos meses, el litoral de Arousa norte cuenta con la protección de un grupo de profesionales que, aunque no van de blanco como los voluntarios que plantaron cara al chapapote del Prestige, tienen el mismo efecto repelente. Ellos van de azul y se les reconoce fácilmente. Son la Policía Autonómica. Hace unos días se hicieron públicas las estadísticas que apuntalan su efectividad en la comarca. Números que invitan al optimismo pero que no consiguen vaciar los bancos marisqueros de esa maraña de furtivos que, a la luz del sol o de la luna, brotan entre marea y marea para hacer su particular agosto a lo largo de todo el año.

El último operativo que se ha dado a conocer fue ayer por la tarde. Pero el miércoles hubo otro, además del del lunes, que fue especialmente activo. Las identificaciones desde las campanadas de Noche Vieja ya se acercan a las 200. También se cuentan por centenas los kilos de almeja recuperados, que es la especie que más recaudan estos nuevos vigilantes de las playas.

Por días

El miércoles la jornada dejó un saldo de seis furtivos expedientados y casi una veintena de kilos de marisco requisados. Las zonas de O Bodión y Mañóns fueron su patio de trabajo. El lunes, como ya se sabía, el botín que hizo esta unidad de la Policía Autonómica, para luego devolverlo a la ría, ascendió a 40 kilos, y una veintena de personas fueron identificadas y expedientadas. Ayer, el radio de acción se localizó en la playa de A Torre. En total fueron interceptados nueve individuos, a los que se les confiscó cerca de una veintena de kilos de almeja.

Una curiosidad que retrata el buen hacer de esta brigada es la forma que tiene de devolver el bivalvo al mar. Lo hace desde el puente de Taragoña: «No tenemos ni embarcaciones ni ropa de agua. Con nuestras botas podemos meternos muy poco, así que esperamos a que suba la marea, que suele coincidir con el final del operativo, y lo echamos al agua». Por ahora, el trabajo está dando su fruto, pero ellos mismos son conscientes de que sin cambiar la norma será difícil mutar el hábito.

CRÓNICA ACOSO A LOS MARISCADORES ILEGALES