Un recorrido que pone a prueba todos los sentidos

Rosa Estévez
Rosa Estévez VILAGARCÍA

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

La ruta, muy utilizada por los vilagarcianos, se convierte, una vez superado Ferrazo, en un recorrido lleno de trampas y obstáculos

28 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El paseo entre Vilagarcía y Carril tiene algo de escaparate de la ciudad, es un punto de encuentro de los vecinos en cuanto sale un rayo de sol. Desprovisto de ese componente social y turístico, el camino a Vilaxoán se ha convertido en una ruta muy frecuentada por gente en ropa de deporte que camina, corre o anda en bicicleta. Y eso que, en algunos tramos, el recorrido entraña serios peligros.

Al principio no lo parece. El primer tramo de Valle-Inclán, el que discurre entre O Cavadelo y Pablo Picasso, está dotado de aceras anchas y cómodas, y de un carril bici por el que transitan familias enteras, al menos en el margen derecho. En el izquierdo las aceras también son anchas, pero parece que el abandono de las fincas colindantes se ha contagiado a la vía pública: hay plásticos en el suelo y en algunos puntos la acera está vallada por riesgo de caída de un muro. Aun así, en este tramo de la avenida, son los coches los que tienen más problemas. Estamos en una vía en la que los baches son un mal endémico.

Superada la rotonda de Pablo Picasso, el paisaje se vuelve hostil. Donde debería estar el mar se levanta el muro del puerto. Hace años, una experiencia artística intentó embellecer el recorrido. Pero, bajo años de olvido y pintadas variopintas, aquellos murales no hacen más que agudizar la sensación de ruina. Una ráfaga de aire trae un olor desagradable que parece emanar de la laguna que hay en una finca privada, junto a la carretera. Es el primer sobresalto que se llevará nuestro sentido del olfato en este tramo. Un carrusel de olores a pescado procesado y a cereales amontonados en una nave abierta de par en par preparan el camino para cuando lleguemos a la altura de la depuradora de aguas residuales. Ahí, el aire huele a descomposición. Y no es nada agradable.

Pondríamos pensar que tras superar la curva de Ferrazo respiraremos tranquilos. Pues se equivocan. Y no solo porque la peste generada por el proceso de limpieza de las aguas negras nos acompañe aún un trecho: el hasta ahora paseo se ha convertido en una carretera que, por uno de sus márgenes, no tiene ni acera ni arcén, si no un quitamiedos que causa pánico. Al otro lado de la carretera hay una acera sembrada de árboles que merecen una buena poda. Al principio es ancha, pero antes de llegar a Vilaxoán habrá cambiado de dimensiones en numerosas ocasiones, ampliándose y estrechándose, subiendo y bajando, en función de quién sabe qué criterios. Hacer ese recorrido empujando cualquier tipo de carrito exige paciencia, pericia, y algún que otro milagro.

A estas alturas, la carretera está permanentemente huérfana de acera en uno de sus márgenes. Y el arcén resulta impracticable: está lleno de maleza y socavones. Así que a los ciclistas no les queda más remedio que circular por el asfalto. Y así llegamos a Vilaxoán. La vieja fábrica conservera de Cuca, símbolo de todo lo que fue y ya no es, nos da la bienvenida.