Orgullosos de ser de (sus) aldeas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Por sus balcones; por sus historias o porque sí. Vecinos de Romarís y Famelga sacan pecho por los lugares donde viven

10 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo sabemos todos. En el rural, da igual que sea en el pontevedrés o en el arousano, es más fácil encontrar una de esas chapuzas made in Galicia. Que lo mismo consiste en un cierre perimetral hecho con somieres que en un hórreo con ventanas de aluminio -lo hay, por ejemplo, en una pequeña aldea de A Lama-. Pero también hay casas restauradas donde los desmanes de ladrillos no existen. Así son, para bien o para mal, nuestras aldeas. Dicho eso, aceptado el recebo de cemento que llevamos en los genes como animal de compañía, hay muchos vecinos orgullosos de ser de donde son. Los hay. Uno de ellos, un policía llamado Cándido que frisa la cuarentena, casi se ofende al decirle que es difícil encontrar en la zona un lugar cuidado como los que lucen en Cantabria o Asturias: «Eu vivín neses sitios e dígoche que isto é máis bonito. Alí non teñen as cousas tan coidadas como se cre». Él está orgulloso de su lugar de origen, Romarís, en Vilanova de Arousa. Empieza ahí una historia en la que muchos se reconocerán: la de vecinos que sacan pecho por sus aldeas.

Romarís está a tiro de piedra de Vilagarcía, de hecho, cuentan en el lugar que perteneció a este concello, aunque ahora es de Vilanova. A vista de pájaro, hay bonitismo que llevarse a los ojos: es linda la casa de Cándido, de piedra y muy antigua -cuenta él que se debió construir sobre 1800-. Pero también feísmo, con ladrillo, cemento y recebado por doquier. Eso no se puede negar. Unos hórreos le dan un toque pintoresco, que aumenta en cuanto el padre de Cándido sale de casa. Porque el hombre, al que todo el mundo llama Canducho, no viene solo. Saca a sus cabras atadas a una cuerda. Luego a su caballo... Y dice: «Claro que é moi bonito este sitio, eu estou moi contento». Su hijo Cándido, que regresó a Romarís hace poco después de vivir en distintos lugares a los que le llevó su oficio de policía, invita a hablar con los mayores del lugar para tomar el pulso a la historia de Romarís. Y hace bien al dar ese consejo.

Sería pecado marcharse de Romarís sin escuchar a Manuel Fontenla, que pasa de los ochenta. Lo primero que dice es que su aldea, la misma que lo vio nacer, «claro que é fermosa, ¿ou ti ves algo feo?». Luego, cuenta que los primeros que construyeron casas en Romarís eran unos médicos y maestros de la familia Arca. Y se saca de la manga una historia bien negra y truculenta.

La muerte del cantero

Cuenta Manuel que las primeras casas que se hicieron, algunas todavía en pie, vino a construirlas un cantero de A Estrada. «O home estivo traballando moitísimo, e cando acabou levou uns bos cartos. E cando marchaba, aí un pouco máis abaixo, alguén o asaltou, leváronlle os cartos e matárono. Esa historia contábaa moito un irmán do meu avó. E foiche así, pobre do home», cuenta Manuel. Luego, recuerda los tiempos en los que los niños se contaban a pares en la aldea y los vecinos se ayudaban en el campo. Y dice: «Iso si que xa non o hai, iso perdémolo». Sus palabras las certifica Carmen, que justo en ese momento aparece montada en un pequeño tractor. Va camino de la leira, sola, a poner patatas. Ella es la abuela de Aldara, la más joven de Romarís, que tiene una semana de vida. Y, aunque se queja de que ahora en el pueblo «cada un anda ao seu», enseguida replica: «Pero a mín esto encántame eh... As cousas como son, a miña aldea é moi bonita».

El escenario cambia. Es muy distinto. Más rural. Más montaña. Pero el orgullo vecinal es el mismo. Visitamos Famelga, en Cotobade, uno de esos lugares que en verano se llena de emigrantes retornados y en invierno de casi cuarenta casas solamente hay trece habitadas. Allí, en el bar de la aldea, atiende Fátima Ríos. Peina poco más de treinta años. Y uno podría esperar que, quizás, le gustaría que esa tranquilidad de mediodía, donde ni un alma se mueve en Famelga, diese paso a algo más de trasiego. Pero está encantada: «A mín isto gústame moito, o bar vai tirando. É unha marabilla a aldea... Eu traio para aquí ás rapazas e mira que carballeira teñen para xogar».

Pronunció Fátima la palabra mágica: carballeira. Famelga es un lugar con una carballeira clavada en pleno pueblo. De ahí que los vecinos no quieran perderse las vistas a ella y haya nada menos que 27 balcones que miran a esos robles centenarios. Nadie mejor para contarlo que José Barros, un constructor que otrora fue concejal y que luchó para que los madereros, que dejaban sus bártulos en la carballeira, los retirasen. «Isto estaba cheo de lixo, e recuperamos a zona. Agora é unha marabilla. Podes recorrer todo Cotobade e varios concellos máis e non atopas un sitio coma este. Iso asegúrocho», dice. José cuenta luego que de 39 viviendas que tiene la aldea, un total de 38 son de piedra. «¿Onde se atopa iso hoxe en día», se pregunta. Luego, advierte: «Se me poño a falar ben deste sitio precioso botades aquí tres días ou máis». Y habla en serio.