El primer disgusto de Varela

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

El regidor socialista mantendrá los 51.606 euros brutos anuales que cobró su predecesor, Fole.
El regidor socialista mantendrá los 51.606 euros brutos anuales que cobró su predecesor, Fole. m. ferreirós< / span>

Que el salario de un alcalde no sea desmesurado y se ajuste a los corsés legales no lo convierte necesariamente en oportuno

21 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Vamos a empezar tratando de poner las cosas en su sitio. Un salario de 51.606 euros brutos anuales en catorce pagas para el alcalde de una población que ronda los 40.000 habitantes no parece cosa de otro mundo, a la vista de lo que circula por ahí. Sería interesante, por ejemplo, que alguien impusiese racionalidad en los privilegios de diputados y senadores. O revelase la retribución de las presidencias de las Autoridades Portuarias -más vale puerto sin barcos que barcos sin puerto-. Una nómica que nadie, ni a un lado ni a otro, se ha atrevido a concretar jamás por mucho que se les haya preguntado. Pero que el sueldo del regidor de Vilagarcía no sea desmesurado no lo convierte en oportuno. Esta confusión le ha costado a Alberto Varela el primer y madrugador disgusto del mandato. Un error fácilmente evitable en un ámbito que duele como pocos otros: los asuntos del peto.

Es un salario digno, de acuerdo, que además se sitúa por debajo del tope de 55.000 euros que la ley establece para una población como Vilagarcía. Pero el verdadero límite de la dignidad se mide por abajo, no por arriba. Recortar los emolumentos de la alcaldía en cinco o seis mil euros en absoluto hubiese menoscabado la dignidad del cargo. En cambio, sí habría enviado un mensaje preciso. No a los periódicos ni a los contrincantes políticos, se sitúen a derecha o izquierda -eso tiene que ver con la estrategia y es harina de otro costal-, sino a la gente, que es la que de verdad importa.

La distribución de las liberaciones, sin incrementar el gasto global del gobierno, se sitúa, en realidad, en un segundo plano. Tratándose de retribuciones razonables, lo que el personal valorará al cabo del tiempo será cómo los concejales han gestionado lo público, y en función de ello dará por bien o mal empleado el dinero que les ha pagado. El gesto del regidor es distinto. Constituye un símbolo. De alguna forma, el termómetro que calibra la temperatura de las expectativas. Y en él reside la amenaza que todo este asunto encierra para Varela Paz y su recién nacido equipo: que entre el administrado se asiente una impresión de atonía y continuidad con el pasado.

Mucho partido por delante

Sería tan injusto como precipitado que a estas alturas este tema se convirtiese en el rasero con el que medirlo todo. Esto acaba de empezar y queda mucho partido por delante para que los socialistas demuestren si han tomado o no el pulso de lo que la calle y el momento social esperan de ellos. Ahí está el compromiso de alimentar a los chavales, abra o no la Xunta los comedores escolares en verano. O el anuncio del recorte de la contribución a partir del 2016. Pero esto es lo que hay. Guste más o guste menos, una oportunidad perdida y el riesgo de un gravoso sambenito.

Tampoco la ley ofrece un baremo bien fundado. No se entiende por qué el alcalde de un pueblo de 5.000 habitantes debe cobrar 10.000 euros menos que el regidor de un municipio poblado por 20.000 personas. El nivel de responsabilidad no es muy distinto. Puestos a valorar su dedicación, es muy probable que el primero le eche muchas más horas al bastón de mando que el segundo. Para empezar, porque dispondrá de menos medios y servicios inferiores. En cambio, que alguien se embolse 100.000 euros por gestionar rodeado de asesores y concejales a puñados, por mucho que sus vecinos se cuenten por centenares de miles, se antoja un desmadre. ¿Por qué no un mínimo digno para todos ellos y a partir de ahí una graduación que de verdad responda a lo necesario y no a la mera ambición?

El argumento que alerta de que así los mejores nunca vendrían a la cosa pública es en buena medida falaz. Primero, si son los mejores comprenderán que la política debe ejercerse como servicio público, no como ocasión para llenarse los bolsillos. Segundo, existen importantes recompensas asociadas a esta labor que no necesariamente se cuentan en euros. Ni Ada Colau ni Ana Botella. Aunque si se trata de escoger, mejor corto y al pie, ¿no?