El pibe que le pone acento gallego al mate

Bea Costa
bea Costa CAMBADOS / LA VOZ

CAMBADOS

MARTINA MISER

Su ambición es vivir la vida, pescando, con la vespa, surfeando..., y la familia y los amigos que no falten

29 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

¡Pibe, tú estás loco!, cuenta que le dijeron cuando hace 25 años decidió dejar un trabajo fijo para el estado y voló hacia Galicia. Abandonaba la Argentina que le vio nacer y crecer, dejando atrás un árbol genealógico preñado de apellidos eslavos y un montón de vivencias que glosó en La Ponderosa, uno de los capítulos del libro autobiográfico que escribió su padrino. Sus abuelos eran croatas y lituanos, inmigrantes que, como sigue ocurriendo, se fueron de sus países huyendo de las guerras y de la miseria. Carlitos, como se lo conoce allá, se crio en Berisso, una ciudad situada a cincuenta kilómetros de Buenos Aires que acabó convertida en un mundo en miniatura. «Cada calle era como un país; allí había búlgaros, lituanos, italianos, rusos, gallegos…, de todo». Y, quizá por eso, Carlos Duymovich siempre pensó en ampliar horizontes.

Siguiendo la estela de su prima Laura Montiel, odontóloga como él, llegó a España hace veinticinco años y pronto se sintió como en casa. «La primera semana tras llegar a Carril estaba jugando al dominó en el bar de abajo», recuerda. Desde luego, si algo tiene Carlos es capacidad de empatizar con quienes le rodean.

El estereotipo del argentino se cumple en él a rajatabla: hablador, espontáneo y entusiasta, bien sea a la hora de hacer un máster sobre implantología en Barcelona, bien sea para ir a pescar unas lubinas en la ría de Arousa. Él ya lanzaba el anzuelo en el río de la Plata siendo un chaval. Ahora tiene la lancha en el muelle de Cambados y en el Facebook da buena cuenta de las piezas cobradas. Nacido en el 66, su ritmo sigue a muchas revoluciones. Cuando no coge la bici, saca a pasear la antigua vespa que tiene en casa y, si no, coge la tabla de surf y se va volar sobre las olas a A Lanzada; ahora también juega al pádel y aún le queda tiempo para cuidar el invernadero que tiene en su huerta. Y después están, por supuesto, los amigos y la familia: que si el «grupo de los machos», que si «la comidas de los cuñados» -son tres pero los comensales siempre acaban multiplicándose-, que si las juergas de la Festa do Albariño, que si los colegas de Bachiller, cuando se deja caer por allá, por Buenos Aires....

En un par de meses volverá a cruzar el Atlántico por cuestiones familiares, pero cada vez aquello le tira menos. Será cosa de la morriña. Allá es el que se marchó con los gallegos y aquí es, y seguirá siendo, el argentino. Carlos Duymovich trata de coger lo mejor de cada lugar. Sigue fiel a los tangos y al Gimnasia y Esgrima La Plata, el club de sus amores que, aunque perdedor, nunca abandonará. En España empezó arrimándose al Madrid pero «en cuanto empezaron a presumir de que eran los mejores del mundo, me pasé al Barcelona, que entonces no ganaba nada, y al Celta; siempre me gustaron los débiles».

Carlos es en sí mismo un ejemplo de globalización. Presume de antepasados europeos, en su consulta en vez de café se bebe mate y fala galego con un desparpajo envidiable, en el que el seseo de Cambados se mezcla con los boludos, el venís y el olvidate sin esdrújula propios del español austral. «Aquí me siento muy bien», dice, pero esa afirmación no le cierra las puertas a posibles cambios. «Si me ofrecen un trabajo en Sídney y mi familia puede mantener las mismas condiciones de vida de tiene ahora, ¿por qué no?», reflexiona.

De momento sigue con los pies en suelo gallego, que conoce bien. Pasó por Vilagarcía, Catoira, Arcade, Vigo… hasta que recaló en Cambados, donde se casó con María Parada y tuvo dos hijos, Pedro y Sofía, de 16 y 14 años. Hace unos años dio el salto y montó su propia clínica en Dena (Meaño), y allí sigue «luchando», apostando por la innovación y sin perder la ilusión.

Su filosofía es la de trabajar para vivir, no la de vivir para trabajar, -«odio al pesetero y al miserable», puntualiza-, y sus ambiciones pasan por disfrutar de una tarde de pesca, de un concierto de Alejandro Sanz con su hija y de esas pizzas y esos helados que, por mucho que digan de los italianos, nunca serán tan buenos como los de Argentina, afirma sin atisbo de duda. La carne tampoco es como la de allá pero en su casa de A Modia nunca falta un buen asado argentino ni las empanadas criollas. Para la Voz de Galicia, tampoco.