La diseñadora que ganó mil batallas y un premio

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

CAPOTILLO

Las huellas de la bióloga están por el Salón do Libro, la Feira Franca y la mejor colección de moda del 2016

25 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando sonríe se le ilumina toda la cara. No lo hace con la frecuencia que debería. Es su timidez, que no le permite arrugar un poco los ojos para que le brillen hasta que no tiene un poco de confianza con la persona que tiene enfrente. Es también por esa razón por la que no le gustan mucho las cámaras cuando la miran a ella. Pero dice que sabe que tiene que hacerlo. Su profesión se lo exige. No la de bióloga, sino la otra, la de diseñadora.

María Paz Rosales tiene 36 años y más sabiduría que mucha gente con más edad. Cuando empezó a estudiar Biología no sabía por qué lo hacía, aunque «no fue por vocación ni mucho menos». Sí que se iba a orientar hacia una carrera de ciencias. ¿Lo tenía claro? «No, no estaba nada claro, ya se vio», admite, y ríe. Tampoco tenía claro a qué iba a dedicarse una vez la terminara. Así que, cuando salió de la Universidade de Vigo y le ofrecieron un trabajo temporal en el centro de investigaciones forestales de Lourizán, lo aceptó. Al principio, con ilusión, pero pronto se convirtió en monotonía. «Era como un trabajo de bibliotecaria pero con hierbas, algo parecido. Tenía que documentarlas y tenerlas ordenadas, tenerlo todo al día». Encadenó varios contratos temporales hasta que lo dejó.

Su primera idea era tirar por la rama medioambiental y sacarse unas oposiciones. Pero no salían, y ella, mientras estudiaba primero en el instituto y más tarde en la facultad, y luego cuando trabajaba, ayudaba a su prima Ángela Paz a decorar toda Pontevedra. Primero, en el Salón do Libro Infantil e Xuvenil, de cuya ambientación se hizo cargo en poco tiempo Paspallás; más tarde, a través de la Edad Media y su Feira Franca. Y, aunque la afición por coser le venía de su madre y de su abuela -que no lo hacían solo por necesidad, sino por placer-, fue gracias a sus pinitos como decoradora como descubrió que, en realidad, lo que le gustaba era la moda.

La costura también pero, sobre todo, la parte creativa. Como ocurre a todo ser humano una vez que cumple 15 años, se veía muy mayor para empezar otros estudios. Eran solo tres años de grado, pero María ya tenía una licenciatura científica a sus espaldas y creía que sus compañeros de Esdemga a ser más jóvenes que ella. Su familia tuvo que convencerla y ella se dejó. Allí se encontró con alumnos de todas las edades y condiciones. Algunos ni siquiera querían convertirse en diseñadores, sino en críticos u otras profesiones.

Más segura de sus posibilidades, empezó a estudiar y se sacó el título en tres años. Y paró. La vida le dibujó una ese, y ella la siguió. Aprendió, luchó y ganó tanto en aquellos meses que sus manos no pudieron evitar que lo plasmara todo en patrones que rompían con lo que había hecho hasta el momento. Y puede que hasta con lo que vuelva a hacer. Pospuso la presentación del proyecto fin de grado otros tres años.

El primer premio

Durante todo el tiempo que permaneció alejada de las aulas, la joven se agarró a su propia colección, la primera completamente suya, para recordar la importancia de la identidad. No importa cuál sea, porque siempre es una. Por eso todas sus modelos llevan una capota en la cabeza. Eso las hace iguales, o lo intenta, aunque en realidad todas sean diferentes. Con el pelo cubierto «no hay rubias ni morenas» y, aun así, siguen siendo únicas.

Estancias era su particular forma de contar sus vivencias, de reivindicar lo que era suyo y lo que la hace única. A lo largo de los tres años que duró el proceso desde que la creo en su cabeza hasta que la plasmó en varios diseños concretos y estos, a su vez, en un catálogo con el que concurrir, ahora sí, a Debut, fue cambiando y evolucionando, adaptándose a las curvas, frenazos y acelerones de cada día.

El resultado fue una colección que María reconoce que hay quien considera triste. Pero confiesa que lo importante es impactar. Y que saber que un diseño suyo logra conmover o llegar a alguien a quien no conoce es el mayor logro que se llevó de la pasarela anual que organiza la escuela de moda. Más incluso que ganar el primer premio. También se lo llevó, por cierto.

Ni ella se lo esperaba ni lo hacía la co-ganadora de la última edición. Eran dos conceptos tan alejados entre sí como de la línea que suele marcar Esdemga. Fue una ruptura total de la tendencia de la escuela, y el hilo conductor llevaba las líneas grises y los colores oscuros y rectos de María. Para el desfile vistió a sus modelos con tejidos muy flexibles y ligeros, pero contenidos por complementos rígidos: cinturones o manoplas que restaban libertad a las manos.

Ahora quiere relanzar su carrera como diseñadora y exprimirla. Sabe que tiene talento, y quiere aprovecharlo como free lance, trabajando para marcas que le permitan dar color a sus ideas. Y expresar con formas y texturas lo que tanto cuesta decir de otras maneras. Incluso, a veces, con su sonrisa.