Padres que aprenden a matar monstruos

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

RAMON LEIRO

Con una «coach», un grupo de progenitores busca herramientas para criar con apego, rompiendo así con muchos tópicos

15 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Recientemente, en una frase medio en broma medio en serio, un gurú de la educación y la crianza dijo algo así como que, como la natalidad está por los suelos, los niños parecen bienes propiedad de toda la humanidad, no solo de sus padres. De ahí que uno vaya por la calle a veces con su retoño y alguien le diga «ese niño tiene sueño»; que un pequeño tenga una rabieta y personas que no lo conocen de nada se crean con derecho a opinar sobre cómo aplacarla. En fin, que «todo el mundo se meta en lo que haces», como defienden algunos progenitores. El caso es que hay padres que lo que buscan es romper con algunos tópicos, matar algunos monstruos que circulan de boca en boca y con los que se asusta a quienes educan a sus hijos; lograr que les importe un bledo que les digan que los están malcriando por no pegarles un grito -o incluso un bofetón-, no hacer caso a quienes insisten en que un bebé con un llanto enorme trata de manipular a su madre o cosas semejantes. ¿Qué hacen estos padres? Un grupo de ellos, pontevedreses para más señas, se reúnen una vez al mes en la casa azul. Y lo hacen junto a Ana Couto, pedagoga y coach familiar, que les da herramientas para una crianza respetuosa y con apego y les anima para que se ayuden entre ellos.

Nada mejor que colarse en una de esas reuniones para ver de qué va la cosa. Ana es la primera en llegar. Estudió Pedagogía, y se especializó en recursos humanos. Cuando fue madre, se dio cuenta de varias cosas. Una, que le horrorizaba algún libro que había caído en sus manos para intentar que sus hijos durmiesen bien. Y, dos: «Vi que las tácticas de negociación que le enseñaba a los directivos de las empresas eran las mismas que resultaban efectivas con mis hijos». A partir de ahí, se formó y se hizo especialista en crianza respetuosa. Se presenta ante los padres con su currículo laboral y académico. Pero también con algo que a ellos les convence mucho más: es madre de tres críos, así que habla con conocimiento de causa.

Sentados en el suelo y con los críos jugando o llorando en la misma sala -casi todos los padres que acuden llevan bebés o pequeños de corta edad, aunque algunos también tienen hijos mayores-, Ana empieza a hablar. Dice que toca tratar el tema «de las negociaciones con los niños». Cuenta que, con cuatro años, ya se puede llegar a muchos acuerdos para no educar imponiendo ni chantajeando. Y que a veces solo es cuestión de cambiar el lenguaje. Pone ejemplos en los que, sobre todo, impera el sentido común: «Pensemos que vamos a salir de casa. Y que nuestro objetivo principal es ese, salir a la calle. En eso, en que hay que salir, no vamos a ceder. Pero seamos flexibles en otras cosas, podemos ser un poco flexibles en la ropa que va a llevar, salvo que proponga una cuestión descabellada, o en alguna otra cosa. No digamos no a todo. Y, sobre todo, hagamos que se sientan escuchados, porque esa es la clave en toda negociación».

Ellos toman la palabra

Los padres escuchan a Ana. Y enseguida toman la palabra. Elisabet, que está con su niña Cloe en brazos, cuenta: «Está bien lo que dices. Pero yo ayer en el supermercado con mi hijo mayor, por mucho que intenté negociar y decirle que no le podía comprar nada en aquel momento, que otro día sí, no logré evitar que tuviese un berrinche. Al final le acabé gritando, y me sentí mal». Ana, todo sonrisa y todo paciencia, le dice: «Tampoco hay que sentirse mal por un grito. ¿Qué pensará tu hijo del mundo si nunca oye gritar a nadie, qué le va a pasar si luego en el futuro le toca un jefe que le grita o a un profesor que chilla? Simplemente hay que intentar mejorar la siguiente vez».

Otra madre también pide hablar. Ella, con un delicioso español con acento polaco, cuenta que negocia con su hijo mayor, pero que al darle varias opciones a elegir se bloquea. Y al final no sabe lo que quiere. Ana le dice: «Es lógico, ¿cuántas veces nosotros no sabemos qué queremos?». Las experiencias van saliendo a borbotones. Unos padres ayudan a otros. Ana va dando algunos consejos, algunas herramientas... nunca deja de sonreír. Y afirma algo que seguramente sea cierto: «Yo creo que todos los padres, hasta los que educan mal, lo hacen así porque creen que es lo mejor para sus hijos».

Cómo negociar con los críos o cómo aplacar las rabietas, algunos de los temas que tratan