El policía que cuelga el uniforme para gastar rueda

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

Tras 35 años, se jubila. Lo hace, sobre todo, para disfrutar de la moto con la que ya fue de Tarifa a Noruega

21 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Le bautizaron ante el cura como José Luis Marcial Amadeo. Luego, iban a llamarle Luis. Pero a su padre, de nombre Marcial, se le llenaba el pecho cada vez que alguien se refería al niño como Luis Marcial. Así que se acabó quedando con ambos. Ha llovido un poco desde entonces. Pasó de ser un crío del centro de Sanxenxo, nacido en la calle Progreso y en una familia de nueve hermanos, a todo un señor que acaba de estrenar la jubilación a los 64 años. ¿En medio? Una vida «exprimida al máximo». Lo dice él y lo demuestran sus andanzas. Fue navegante, policía local durante 35 años -empezó de guardia y acabó de oficial- y, sobre todo, motero. Luis Marcial es de los de antes muerto que quieto. No para un solo segundo ni para la entrevista, a la que responde mientras anda a toda mecha hacia Montalvo tras una mañana de caminata deportiva.

Empezamos por lo bueno. Y lo bueno, en su caso, es lo que está por venir. No hace ni un mes que ha estrenado la jubilación. Así que, en plena marcha, acompañado por su pareja, comienza hablando de las pasiones que pretende cultivar. Pero son tantas y él lo cuenta todo con tanto detalle que, sí o sí, uno le tiene que obligar a mirar atrás primero y explicarse bien para entender su vida. Enseguida se da cuenta y dice: «Espera que ya te cuento todo desde el principio». Comienza a narrar. Y, conforme lo va haciendo, uno se da cuenta de la persona precisa, detallista, ordenada y milimétrica que es.

Regresa a la niñez. Y se acuerda de algo de que, aunque fue una simple travesura, puede que marcara su existencia. Cuando tenía diez años, se escapó con la moto de su padre. Dio solo una vuelta y volvió. Pero a bordo de esa vieja Guzzi «que tenía el cambio en el depósito» su cuerpo de adolescente debió de experimentar algo fuerte, porque nunca más quiso estar lejos de las dos ruedas. Lleva toda la vida siendo motero y, ahora que se jubila, piensa gastar asfalto a diario. Dice que le da «libertad, libertad y libertad». Y debe ser cierto. Porque, de lo contrario, sería imposible que hiciese lo que hizo. Hace unos años, él y su pareja, fueron de Tarifa a Noruega en moto; un total de 15.000 kilómetros, a razón de 800 diarios. Quiere repetir la experiencia ahora que no tiene que fichar en ningún trabajo. Incluso exploró la posibilidad de irse a Estados Unidos y hacer la Ruta 66. «Porque sale muy caro, sino igual lo hacía también», dice. Es hablar de viajes y que, otra vez, vuelva al pasado. Viaja con la mente a su adolescencia, cuando con 16 años dejó Sanxenxo para irse a Barcelona y, desde ahí, hacerse a la mar.

Del mar a la tierra

Supo cómo se las gastaba el mar sudafricano y tiene una anécdota para contar del Triángulo de las Bermudas: «Pasábamos por allí en un barco alemán y, justo en ese momento, se paró el barco. Teniendo en cuenta que ahí desaparecían los buques, nos bajamos a toda pastilla. Creo que hicimos el desembarco más rápido de la historia. Nos tiramos al bote, y ahí estuvimos un rato, esperando. Como no venía nadie tuvimos que volver al barco y comprobamos que había tenido una pequeña avería», recuerda.

De surcar los mares pasó a poner orden en tierra. Fue en 1981. Un amigo le dijo que se presentara para policía en Sanxenxo. Y acabó sacando la plaza de municipal. Tiene variopintas anécdotas. Algunas duermen con él cada noche. Son esas en las que se jugó el tipo para salvar a alguien. Se acuerda, por ejemplo, de un chaval de Dorrón que quedó aprisionado en un vehículo y el coche, a su vez, en una situación comprometida. Él se metió en el automóvil, arriesgándose a acabar también entre los hierros. «Es maravilloso salvar vidas. Yo viví muchas experiencias de esas tanto como policía como en Protección Civil, cuando salíamos con la zódiac a buscar gente», señala.

Quizás ahora, ya jubilado, sea más difícil que salve vidas. O no. Porque ponerle ilusión a cada mañana es, en realidad, salvar la vida de uno mismo. Demostrarse que no se está muerto. Y en eso él tiene un máster. Por eso, a menos de un mes de haberse jubilado, ya piensa en ir a clases de pintura para perfeccionar los dibujos que hace, en subirse sin parar a la moto y... hasta en irse a vivir a Tenerife. Ahí es nada.