Mucho ha cambiado el partido político en el que milito hace ya más de treinta años. En algunas ocasiones, para bien; en otras muchas, para mal. Entre estas últimas se encuentra el empecinamiento de los dirigentes en atrincherarse en sus cargos, pase lo que pase, y no asumir responsabilidad alguna. Se diría que, siendo todos los militantes de la organización los que fracasamos, aunque algunos en determinadas ocasiones no se sintieran derrotados, esperan que todos demos un paso atrás, presentemos la dimisión y facilitemos su disolución. Irracional, ¿verdad?
Ahora caminamos por el precipicio de la división interna, estrategia en la que algunos son verdaderos expertos. Bueno, en eso y en cabalgar siempre a lomos de caballo ganador y ser los primeros en exigir dimisiones sin presentar jamás la propia, amén de faltar a la palabra dada y tener un laxo sentido de la lealtad y de la defensa de los intereses generales de nuestra organización.
En fin, que sumidos en el caos que provocan quienes miran para otro lado cuando toca apartarse, los mismos que no saben comunicar al electorado nuestro proyecto ni ganarse su confianza, me pregunto si algunos no tienen otro objetivo que el de la ambición por ocupar cargos bien remunerados.
Lamentablemente, ante esta situación que no es de ahora pero se agrava por momentos, muchos históricos militantes ya no nos acompañan en el trabajo político, pero no parece que les importe demasiado a quienes lo utilizan no como un medio para cambiar la sociedad, si no como un fin para medrar personalmente. Qué pena.