El pleno provincial, a puerta cerrada

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

capotillo

La sesión de la Diputación se vio alterada por una protesta de los trabajadores del parque de la maquinaria

28 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que cambió el gobierno de la Diputación, ahora en manos de PSOE y BNG, solo hubo dos plenos que se celebraron en un ambiente cordial; el de la toma de posesión y el organizativo. A partir de ahí, la bronca empezó a ser un punto más del orden del día. Ayer volvió a ocurrir. Y de qué manera. En esta ocasión, la gresca la sirvió el conflicto con los trabajadores del parque de maquinaria, que acudieron a protestar. Protagonizaron una buena algarada. Ellos y sus representantes sindicales insultaron de forma grave al vicepresidente de la Diputación, César Mosquera (BNG), llamándole fascista y dictador. Por bastante menos en otros plenos la policía los habría desalojado. Pero aquí, pese a la notoria presencia policial, no tuvieron que marcharse. Sí lo hicieron los diputados del gobierno, que prefirieron dejarlos gritando y continuar el pleno a puerta cerrada en una sala contigua. El PP, en la oposición, se quedó con los operarios.

Antes de empezar, la sesión ya prometía. Los trabajadores del parque de maquinaria portaban unos pequeños papeles y unos y otros comentaban entre sí que «hai que berrar o que pon aquí». Sin embargo, en cuanto los diputados ocuparon sus escaños, se hizo el silencio. Y parecía que la calma era posible. Pero se trataba solo de un espejismo, ya que pronto empezó a enrarecerse el ambiente. La presidenta, Carmela Silva (PSOE), antes de empezar con el orden del día, mostró su solidaridad con los diputados nacionalistas contra los que aparecieron pintadas por el conflicto del parque de maquinaria. Condenó enérgicamente la aparición de una corona mortuoria con el nombre de Uxío, el responsable de Mobilidade. Le cedió luego el turno de palabra a Nidia Arévalo, del PP, para que hiciese lo propio. Y Arévalo empezó condenando estos ataques, pero en cuanto se excedió de eso, y quiso hablar del conflicto en sí Silva cortó por lo sano. Le retiró la palabra y le dijo que «basta de bromas con este asunto».

Así de tensa empezó la sesión. Luego, el PP defendió su moción sobre el parque de maquinaria y una y otra vez reclamó diálogo con los trabajadores. Relató de carrerilla todas la máquinas con las que cuenta este parque, explicó qué labor «encomiable» hacía cuando gobernaba el PP y, sobre todo, por pasiva y activa, echó en cara al gobierno su dejadez, su pasividad. Y acusó a César Mosquera y a Carmela Silva «de darlle as costas aos traballadores, á provincia e aos alcaldes». Antes de terminar, amenazó a Mosquera con tomar medidas si no retiraba su acusación de que el PP actuaba como una «mafia» en torno a este asunto.

«Os responsables sodes vós»

Mosquera, cuando le tocó replicar, tampoco se amilanó. Empezó diciendo que los operarios que protestan

«non xustificaban gastos de dietas nin pernotacións».

Y que el gobierno del que es vicepresidente no está para consentir «trapicheos y cacicadas». Luego, responsabilizó totalmente al PP de lo que está pasando: «

Este é un conflito político e haino porque vostedes

[por el PP] a

sí o queren

. N

o momento que vostedes os manden parar, paran. Trouxeron hoxe esta moción soamente para encirrar e montar follón

». En ese punto, sacó unas fotografías de miembros del PP subidos a las máquinas del parque provincial y dijo:

«Se isto non é un pacto, que veña o demo e o vexa»

. Tras cada palabra de Mosquera, sonaban insultos. Los trabajadores lo criticaban por lo bajo. Pero el secretario comarcal de Comisiones Obreras, José Luis García Pedrosa, lo hacía en un tono totalmente encendido: «Fascista, fascista»,

«Mosquera, difamador, mentireiro

», gritaba. Pese a los improperios, Mosquera no perdió la calma. Y acabó su intervención con el mismo aplomo con el que la había empezado.

Le tocó contestar al PP, y el cruce de acusaciones siguió. Intervino también la presidenta, que empezó a hablar de «vergonza allea» y acabó comparando a los populares con los jarráis. Y al fin tocó votar. Tal y como se preveía, la moción del PP fue desestimada por la mayoría gobernante. Ahí, se comprobó que, en realidad, el silencio relativo que mantuvieran los trabajadores hasta entonces -el único que vociferaba era García Pedrosa- era un truco. En cuanto se dejó de hablar de su conflicto, se propusieron interrumpir el pleno.

Punto muerto

Sacaron sus chuletas en papel y empezaron a corear consignas, cual manifestación callejera. «Os novos caciques, son do BNG», «Mosquera mentiroso» o «Negociación, negociación», se oía. Primero, durante varios minutos, el pleno se quedó en punto muerto, con uno de los diputados del PP esperando a hablar entre tanto griterío. Luego, se decidió hacer un receso para ver si las aguas volvían a su cauce. Pero no sirvió de nada. En cuanto se retomó la sesión, los trabajadores volvieron con sus cánticos.

Finalmente, la presidenta dijo que el pleno sería a puerta cerrada, en una sala contigua. El PP hizo caso omiso pese a que todo lo que quedaba por tratar eran mociones suyas. Ya sin protestas, aunque los trabajadores se hacían oír con bocinas desde fuera del edificio, la sesión se zanjó pronto. Se desestimaron todas las mociones conservadoras. Y Silva volvió a culpar al PP. Es más, dijo que es Rueda el artífice «de esta política destrutiva».

Silva y Mosquera responsabilizaron a los populares del conflicto con los funcionarios