Valga recupera un cruceiro cedido por un emigrante que hizo las Américas

Rosa Estévez
rosa estévez VALGA / LA VOZ

AROUSA

monica ferreiros

Tras sufrir un ataque que la hizo añicos y le costó años de restauración, la cruz volvió al lugar donde fue colocada en 1900

03 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En 2012, ocultas bajo la capa de una noche de septiembre, unas manos desalmadas hicieron añicos el cruceiro de Gándara (Valga). Por la mañana, los vecinos descubrieron la pieza tirada en el suelo, hecha mil pedazos. Cuando se dio de bruces con esa estampa, también el corazón de Lola Magariños se hizo añicos. Para ella, el cruceiro es mucho más que un bien patrimonial: es un testigo de su historia familiar. «Púxoo aí o meu bisavó. Foise a América, a Arxentina, e dixo que se lle ía ben alá, volvería a Valga e faría un cruceiro. E así o fixo», contaba ayer, sin apartar la vista de la maniobra con la que, operarios llegados desde Pontevedra, recolocaban la escultura en el lugar que para ella eligió el señor Castroagudín cuando volvió de hacer las Américas.

«Está precioso», susurraba Lola mientras el Cristo y la Virgen que coronan el conjunto llegaban, vacilantes, a lo alto de la columna. Hablaba con cierto alivio, porque, la verdad, hasta que vio la cruz surcar el cielo, temía que lo que le iban a devolver fuese un mal remedo del cruceiro. Sin embargo, una vez colocado en su sitio, Lola no podía desdibujar la sonrisa del rostro. «Xa non contaba con velo máis», dice. María Helena, que la acompaña, le da la razón. «E que tardaron moito en traleo de volta», explica.

Tres años y medio

Exactamente, la cruz de piedra estuvo tres años y medio fuera de su sitio. «Pero en las mejores manos», matiza otra de las mujeres que están a pie de obra. Esta es Rosa Crespo, que bien puede considerarse la artífice de que la pieza volviese a nacer tras ser descalabrada por los vándalos. A fin de cuentas, fue ella quien, tras conocer la noticia, movió cielo y tierra e hizo posible que la maltrecha escultura acabase en manos de los alumnos de la escuela de Restauración de Pontevedra, de donde había sido alumna.

En el centro, la profesora Cristina Montojo se hizo cargo de esta aventura. La docente, que ayer documentaba la última fase de la restauración, convirtió la reconstrucción y restauración de la escultura de Gándara en un proyecto en el que se vieron implicadas tres promociones de sus alumnos. A ellos les correspondió hacer el trabajo más minucioso, más de detalle. Ese que se hace poquito a poco. En ocasiones, narraba, los estudiantes se enfrentaban «a una especie de puzle, porque había infinidad de piezas pequeñas que había que recolocar en su sitio». Otras veces, tenían que afinar su instinto y su técnica para lograr limpiar de la superficie las algas y los líquenes que la poblaban. Y debían hacerlo «preservando la policromía que aún se conserva en algunas partes de la pieza».

Pero los alumnos de Restauración no habrían podido hacer todo el trabajo solos. «Hay cuestiones que, por la envergadura de las piezas, no podíamos abordar. Así que de esas partes se encargó la Escola de Canteiros», señala Montojo, dispuesta a compartir los méritos con quienes lo merecen.

Los trabajos realizados por unos y por otros han permitido desvelar algunos de los secretos del crucero de Gándara. Se ha descubierto, por ejemplo, que la pieza ya tuvo que ser recompuesta en al menos una ocasión anterior. «Es probable que el propio escultor tuviese problemas a la hora de hacerlo, y que por las características del granito, heterogéneo y fino, se le fracturase», explica Cristina Montojo.

El proceso de restauración también ha permitido confirmar que el lugar de Gándara, donde la cruz fue instalada hace camino de 116 años, está libre de contaminación. «Las algas y los líquenes que presentaba se correspondían con especies que solo aparecen en zonas con muy bajos índices de contaminación. Si hubiese estado en una ciudad, habría estado lleno de otro tipo de suciedad, pero no de esta clase de líquenes». Bajo ese manto tejido por los años y la naturaleza se conservan, apenas visibles, los restos de las pinturas con las que originalmente estaban cubiertas las figuras de la pieza. «Non se lle ve moito, pero tiñan color», recuerda María Helena.

Mejoras pendientes

A ella, como a otros muchos vecinos, les costaba trabajo asimilar que el cruceiro había vuelto a casa. Y que estaba «aínda máis bonito» que antes de sufrir el ataque que lo hizo trizas. «A parte de arriba estaba partida en corenta cachos», explicaba otro de los curiosos que observaban la recolocación de la cruz. Lamentaba que no se hubiese aprovechado la ocasión para elevar el conjunto hasta dejarlo al mismo nivel de la calle. «Foi unha pena, quedaría moito mellor». Todos echan de menos, también, las cadenas y los pivotes con los que hace unos años se había protegido el recinto en el que está instalado el cruceiro. «Sería una buena solución -concedía Cristina Montojo- para protegerlo. Lo típico que pasa con los cruceiros es que un camión, en una maniobra, les da un golpe y los tira. Con una protección así, tiraría la valla pero no tocaría la pieza», explica.

Rosa Castro, que se ha convertido en una especie de ángel de la guarda del patrimonio de Valga, está dispuesta a hacer llegar esa reflexión al Concello. A ver qué se puede hacer. También quiere hablar con el alcalde de la posibilidad de emprender una campaña de limpieza y puesta en valor de los numerosos cruceiros que pueblan los caminos de la localidad. Quizás un buen momento para plantearlo sea en el transcurso de la charla que se va a organizar para contar la historia -pasada y reciente- del de Gándara. La cita aún no tiene fecha, pero «se va a hacer para difundir el valor de estas cosas, y para que la gente las respete y las cuide». Y para que no las destroce, como alguien destrozó el cruceiro de Gándara en septiembre de 2012. «Aquelo foi horrible, foi como unha traizón», cuentan los vecinos. Algunos, cuando pasaban junto al hueco que la escultura había dejado en el paisaje, seguían imaginándoselo allí. De pie. Recordando a todos los que saben la historia que el señor Castroagudín fue a Argentina y le fue bien. Muy bien.

«O meu bisavó foi a Arxentina e dixo que se lle ía ben alá, volvería a Valga e faría un cruceiro»

Lola Magariños

«Los líquenes que tenía son especies que solo se dan en zonas con muy poca contaminación»

Rosa Crespo