Julio Torrado, otro investigador que tiene que hacer las maletas

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Lo fichan en Ecuador. Nunca firmó un contrato de más de un año pese a tener una licenciatura, un doctorado y dos másteres

24 mar 2015 . Actualizado a las 07:27 h.

«Tengo 33 años, una licenciatura, un doctorado y dos másteres. He dado clase en mi facultad, he dado clases en másteres, en posgrados, en cinco países distintos y nunca he firmado un contrato de más de un año de duración. Nunca. Solamente firmé contratos de un año en Portugal. En España, nunca. Ese es el escenario de un investigador». Ese es el escenario en el que se mueve Julio Torrado. Otro investigador que tiene que hacer las maletas.

Julio Torrado, de hecho, ya está en Ecuador. Tomó el avión ayer para comenzar a trabajar en una de las mejores universidades del país, la Universidad Pontificia de Ecuador. Se va, como a otros tantos investigadores, porque aquí se le cierran las puertas. Es un viaje en dos partes, porque la primera etapa será de tres semanas. Para la segunda, no hay estipulado un viaje de vuelta.

La oferta surge porque Ecuador, explica Julio, ha entendido que para crecer como país necesita potenciar sus universidades y lo hace a través de convenios con otros países. Ficha a investigadores para formar a sus docentes. Es así de sencillo. Esa será la labor que hará el vilagarciano allí. Al margen de impartir clases, Julio lo hará en varias de las facultades, «el plan es ayudar al desarrollo investigador de sus profesores. Ellos tienen algunos déficits, porque hasta ahora han tenido una universidad poco desarrollada, y en el área de la metodología yo tengo una formación que les puede ayudar. Voy a ejercer de apoyo», explica.

Toda una generación

La decisión de hacer las maletas no es exclusiva de Torrado, todo lo contrario. Hay toda una generación, de entre 25 y 35 años, de gente formada en la universidad española con doctorados y másteres y que dado el escenario actual de recortes, eliminación de plazas, renuncias a programas de investigación... que se han convertido en el objetivo de países, y no solo americanos, porque la fuga de talento es continua. «Mi caso ni es único ni será el último», explica.

¿Cómo se decide algo así? «Lo de irte es algo que tienes en la cabeza cuando trabajas en la universidad y cuando te lo plantean dices sí, claro. Pero después está el planteamiento de verdad, hablas con ellos y es entonces cuando te lo planteas de verdad. Valoras varias cosas. Entre ellas, que esto no es irse a Portugal. No es irte ni siquiera a Inglaterra. Estas decisiones te condicionan y te rompen cosas y al final uno se da cuenta que muchas cosas tienen influencia en la vida de una persona, pero condicionar, condicionar, muy pocas. Las que me condicionan son personas, básicamente. Mi madre lo lleva peor, porque creció en la emigración, pero el apoyo es incondicional. Todo va encajando. Al principio dices que sí muy fácil pero luego lo piensas un poco más y lo valoras con las personas que de verdad te influyen en tu vida, que al final son pocas», responde.

La marcha, en realidad, no parece otra cosa que un paso más en la vida de un investigador. «Tienes que asumir que la estabilidad es un mito. Tengo 33 años y mi perspectiva no es que cuando tenga 35 vaya a conseguir una plaza en la universidad», dice cuando se le cuestiona sobre su plan de vida. Ante ese argumento, la siguiente pregunta cae de cajón:

-Cuando llega un chaval de 18 años a tu facultad y pregunta, ¿tú le aconsejarías ser investigador?

«Nunca le quitaría la ilusión de que lo hiciera -responde- pero porque yo tengo una visión un poco distinta. ¿Hay algún escenario en el que tú le puedas prometer a alguien que va a hacer lo que le guste, que va a tener una estabilidad perfecta? Es posible, pero es difícil». Y relata que hay compañeros que han decidido dejar la universidad porque «la perspectiva no es halagüeña porque nadie con capacidad de inversión en este país cree en la universidad».

Y Julio recuerda a su compadre. «Puede que no sea el mejor científico del mundo, pero adora lo que hace. Esa gente pueda aportar mucho. Hace tres años se fue a Holanda con la familia. Hoy en día se va a Luxemburgo y puede que mañana descubra lo suficiente como para curar enfermedades de corazón.A lo mejor no lo hace en su vida, pero, ¿y si lo hace?», subraya el arousano.

¿Y cuál es el modelo a seguir? Torrado señala a Estados Unidos, entre otros, pero por el despliegue económico, que le permite llevar a los mejores del mundo. «Son líderes mundiales en multitud de campos», resume. Y el final es clarificador: «Algo ha fallado en el modelo, cuando mi país ha invertido en mí cerca de 400.000 euros, yo he hecho las cuentas, yo quiero devolvérselo, pero mi país me dice que no encuentra en qué y me tengo que ir. Pero, ¿qué hemos hecho usted y yo estos quince años?