Tras cinco años de obras, la construcción del viaducto del Ulla, la obra más emblemática, compleja y cara de las que jalonan el eje atlántico de la alta velocidad, parece entrar en su recta final. A fin de cuentas, del remate de esta pieza que bate récords depende la finalización de la línea del AVE, que deberá esta lista, según los planes del Ministerio de Fomento, con la próxima primavera. Según esa misma administración, los trabajos en el puente tendrían que terminarse antes de que este 2014 dé su último suspiro. Y no parece que las cuentas, esta vez, vayan muy desencaminadas.
Los trabajos han sido largos y complicados. La construcción de las once pilas de hormigón que sostendrán el paso del tren se prolongó durante años. Fue una prueba harto compleja, ya que los trabajos exigían maniobrar en el siempre delicado entorno de la desembocadura del Ulla. Superada esa fase, hubo que colocar la imponente celosía de metal: un lego de dimensiones descomunales, en el que alguna de las piezas en juego alcanzan la altura de edificios de varios pisos.
Componer semejante puzle ha llevado su tiempo: la instalación de cada elemento consumía meses. Pero mientras se completaba la línea verde que cruza la desembocadura del río, los focos de trabajo se han diversificado, de tal forma que, al tiempo que se cierra la celosía, se completa el entarimado de hormigón que la cubre.
Parte del paisaje
Con los trabajos aún en marcha, el puente ya ha pasado a formar parte del paisaje de la desembocadura del Ulla. Su estructura es omnipresente: se aprecia desde cualquier rincón de Catoira. Quienes viajan en dirección al municipio vikingo lo ven, ligero y etéreo, cruzando el río. Quienes, por contra, se acercan a Catoira desde el Norte, ven como la imponente estructura metálica parece sobrevolar los tejados del centro urbano catoirense. Y eso que entre esta estructura y la localidad media aún una distancia a tener en cuenta.