Los animales que solo comen cosas de casa

La Voz

AROUSA

Vivir en contacto con la naturaleza es el premio de este trabajo.
Vivir en contacto con la naturaleza es el premio de este trabajo.

08 jul 2014 . Actualizado a las 06:54 h.

En las manchas blancas y negras de las frisonas se esconde un secreto: el de la supervivencia de una explotación lechera en un mercado globalizado y hostil. Salvador se ríe cuando se le plantea la pregunta. Él, propietario de unas 40 vacas y de un buen puñado de terneras, puede dar fe de que el único secreto que hay en su negocio es el trabajo. El trabajo duro y de sol a sol, que decía la canción. Y en su caso no es un tópico. «Aquí non hai vacacións, nin días libres. Ata se tes unha comunión ou unha voda, tes que atender igual aos animais», explica.

La jornada en su granja de Senín arranca temprano. A primera hora de la mañana toca sacar las vacas del establo ordenadamente, conducirlas a la lechería y ordeñarlas. Luego hay que darles de comer y limpiar el establo. Demasiado trabajo para un solo hombre. Menos mal que está Socorro. Socorro Barros, la mujer de Salvador, acude a la explotación todos los días, en cuanto deja a los niños en el colegio. «Aquí sempre hai moito que facer», explica. Mientras Salvador se encarga de la leche, ella hace las camas de las vacas. Retira los excrementos, echar serrín y limpia, limpia y limpia. «Ese traballo hai que facelo varias veces no día», recalca. «E se é no verán, que podes botar as vacas fóra e traballar tranquila, aínda bo é. Pero no inverno, que teñen que estar dentro, é moi latoso», sentencia.

Pero no solo hay que mantener el establo en estado de revista. También es necesario alimentar a la gran familia de animales que lo habitan. En el caso de la granja de Salvador, los animales se han vuelto sibaritas. Por fuerza: «Todo o que comen cultivámolo nós. Menos a alfalfa», explica el propietario. Para conseguir la hierba necesaria para dar de comer a tantas bocas trabaja una superficie de 27 hectáreas. «Non son miñas», aclara. La mayoría son fincas de vecinos que él se encarga de trabajar y, de paso, de limpiar. «Son cachos pequenos, moi desperdigados...», dice. «Aquí non hai parcelaria, e iso é o que nos reventa».

La explotación vecina

Acaban de pasar los meses de trabajo más intenso para Salvador y Socorro. Y es que en mayo y junio, además de encargarse de las tareas de todo el año, toca cortar la hierba, ensilarla y llenar bien la despensa para cuando llegue el invierno. Ahora, si el verano llega de verdad, podrán dejar a las vacas pacer libres en los prados que rodean el establo. No son las únicas cabezas que hay en la parroquia. Muy cerca, Ferreiro cría animales para carne. «As nosas e máis as del deben de ser das poucas vacas que hai na redonda», sentencia Salvador.

Él y su mujer, que como buenos ganaderos conocen a todos sus animales, y a todos les han puesto nombre -por aquí andan Felipa, Perla, Niebla, Nevada...-, reconocen que ni todas sus vacas son iguales, ni a todas les tienen el mismo cariño. «Temos as nosas favoritas, sí», confiesa Socorro. Señala a un animal que figura entre sus preferidos. «A avoa dela era inglesa. A min gústame moito porque dá moi boa calidade de leite». Y es que en eso de la leche, no hay dos vacas iguales. «Aínda que coman o mesmo e fagan exactamente o mesmo, cada vaca da un leite distinto».

Socorro habla sin perder de vista a Leonor, su hija pequeña. Una rapaza inquieta y juguetona que corre y salta y juega. Sus hermanos, Salvador y Gustavo, también disfrutan del aire libre. Y es que es precisamente ese contacto con la naturaleza lo mejor que encuentra este matrimonio en su trabajo. «A min gústame o que fago. Tamén, se non che gusta, isto pode ser unha tortura», reflexiona Socorro. Dentro de un rato le toca volver a ordeñar las vacas.