O Crisol cierra tras casi 70 años de extraordinaria cocina en O Grove

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

Tras las cortinas echadas, ya se está recogiendo el mobiliario

09 feb 2013 . Actualizado a las 06:55 h.

Digna Prieto apenas tenía catorce años cuando abrió por vez primera las puertas de O Crisol. Y ahora, con 83 primaveras a cuestas, ha decidido cerrarlas. La primera dama de la hostelería arousana se retira, y lo hace empujada por un sinfín de razones, por un racimo de circunstancias adversas que la han convencido de que ha llegado la hora de apartarse, de dejar paso. «Es ley de vida», nos cuenta. Nos habla en su casa, un lugar acogedor del que, dice, apenas ha podido disfrutar porque cada mañana, nada más levantarse, bajaba las escaleras y ponía rumbo a ese rincón en el que depositó toda su energía: O Crisol.

Ahora, el restaurante tiene las cortinas echadas. Las luces están apagadas y un cartel advierte de que está cerrado. «Por vacaciones», dicen los letreros. Pero esas vacaciones serán definitivas. «Esta es la mejor decisión que podía tomar», se explica Digna. Camina con dificultad por culpa de una rodilla. En otros tiempos ella, que es más fuerte que un jugador de fútbol profesional, no se dejaría vencer por una lesión. Pero ahora, los vientos de la crisis soplan con una fuerza arrasadora, capaz de tumbar a un templo de la gastronomía como El Bulli, y condenar al cierre a nueve establecimientos ungidos con la estrella Michelin. El último, Casa Marcelo, una cocina compostelana y amiga cuya caída del mapa gastronómico gallego se anunció esta misma semana.

Certificado de calidad

En el interior de O Crisol ya han comenzado los trabajos para recoger las mesas y las sillas en las que han comido varias generaciones de distintas familias. Y es que si algo caracterizaba a este establecimiento grovense es la fidelidad de unos clientes que acababan regresando siempre. Y que, cuando volvían, lo hacían con la certeza de encontrar siempre, en algún lugar de la sala, el rostro sonriente de la dueña. Digna siempre quiso estar ahí, al frente de su barco, sin perder de vista ni la cocina, ni el gesto de los comensales al probar cada plato. Y es que ese gesto de satisfacción es, a su juicio, el mejor estándar de calidad de todos.

Ahora, esos muebles de madera e historia están siendo retirados. Y con ellos, las puntillitas que durante años se tejieron durante los largos inviernos para dar al comedor ese toque de hogar que tanto seducía a quien por allí se acercaba.

Entre las cuidadas labores, las galerías de fotos y las flores frescas que adornaban cada rincón, la gran sala de O Crisol se convirtió en una prolongación del corazón de Digna. Un espacio que, reconoce esta mujer, va a echar de menos «porque ahí pasé toda mi vida». «O Crisol fueron mis bailes, fueron mis cines...», recuerda Digna, ahora sentada ahora en uno de los bancos situados en la plazuela que hay frente a su restaurante. «Es curioso, pocas veces me senté aquí», señala. A unos metros, la puerta de madera de O Crisol está rotundamente cerrada.

El restaurante que ahora cierra sus puertas se inauguró en el año 1942. Digna era una jovencita, pero había aprendido a cocinar en una de las mejores escuelas posible: los fogones de Casa Pepe, el negocio de su familia. Con el apoyo de sus padres empezó su aventura en solitario, y fue capaz de mantenerla gracias a un trabajo duro y constante que la privó de bailes, fiestas, y viajes en la motora hasta Cambados con las chicas de su edad. «Conocí A Lanzada de casada. Antes sabía que estaba allí, pero nada más», relata. En O Crisol le nacieron los dientes a sus hijos: Alfredo, Sira y Susi. Esta última, llamada a heredar el timón del restaurante, falleció hace siete años. Fue uno de esos golpes que la vida no permite esquivar.

Poco después de que O Crisol fuese inaugurado, un comensal natural de Vilagarcía se quedó admirado con el pulpo encebollado que Digna le puso a la mesa. Volvió horas más tarde con una bandeja de pasteles para agradecer la calidad del plato. Digna recuerda aquella anécdota con la misma precisión con la que relataba, hace unos años, la visita que Henry Kissinger realizó a su establecimiento. El que fue presidente de los Estados Unidos aseguró que la comida en O Crisol fue la mejor de su vida, porque todo estaba delicioso y porque sabía lo que había en el plato. Pero probablemente no haya mejor halago para una cocinera que la fidelidad de los clientes que, año tras año, volvían a un comedor que, durante setenta años, ha visto crecer a familias enteras.