Veinte años después, un ribadense volvió a cruzar el Atlántico en velero

José Francisco Alonso Quelle
JOSÉ ALONSO RIBADEO / LA VOZ

RIBADEO

«É unha aventura, un privilexio o que eu tiven, digno de vivir», dice Javier Torviso, que patroneó el barco

24 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Veinte años después repitió la experiencia: cruzar el Atlántico. Una aventura, dice, «digna de vivir». Javier Torviso, conocido hostelero ribadense, tiene en la náutica una de sus grandes aficiones. No en vano, en algunas etapas de su vida fue también profesión, en un sentido muy amplio, como buzo (participó en la voladura del puerto de Portocelo y en el reflotamiento del pesquero Madre Sabina en Ribadeo), patroneando barcos, impartiendo cursos o con una empresa de chárter de veleros. Cruzar el Atlántico son palabras mayores. Un privilegio que él tuvo la oportunidad de repetir en una singladura de la que se trajo un buen puñado de recuerdos y no pocas anécdotas.

Fue durante la disputa del noveno Gran Prix del Atlántico, a principios de este año, con un velero. Torviso patroneó un Beneteau Oceanis 44 CC de 14 metros de eslora, el Zafir, propiedad de Manuel García Fernández, un empresario de Sada. Con ellos iba un tripulante más: Cayetano Polo Hernández, joyero de Salamanca afincado en Las Palmas cuya mayor experiencia en travesías a vela había sido Vigo-Sada. Con todo, se adaptó perfectamente. La salida fue de Marina Rubicón, entre las islas de Lanzarote y Fuerteventura, y la llegada en Puerto del Rey, en Puerto Rico.

Esta regata de altura de cruceros de competición que cada dos años uno dos continentes se inició con un viento de noroeste de 14 nudos, que hizo que los participantes fuesen hacia Cabo Verde. Por delante, ese día, tenían 3.300 millas náuticas. Durante seis días navegaron de Marina Rubicón hasta Cabo Verde y después 13 días más hasta llegar a La Antigua.

Fue una travesía muy tranquila, excepto un día de temporal con olas cruzadas de popa de seis metros y vientos de 35 nudos, pero a favor, con lo que el velero literalmente voló sobre el Atlántico.

Viajó más de 3.000 kilómetros para llevar una pieza

La travesía del Atlántico estuvo a punto de frustrarse por una avería que sufrió el Zafir en Cabo Verde. Ocurrió al enganchar un cabo en la hélice, que provocó que entrase agua por el prensaestopa, una pieza de sellado. «Alí dicíannos que a peza tardaría dous meses en chegar», recuerda Torviso. Entonces llamaron a una barreirense, Mónica Acebo Pérez, que se prestó a llevársela, para lo cual fue en coche hasta Lisboa, donde cogió un avión que la llevó hasta Isla de Praia, en Cabo Verde, y allí una avioneta que la dejó en Isla de San Miguel, donde estaba el Zafir. Estuvo 12 horas allí y regresó.

Otra anécdota curiosa se dio con el avituallamiento. Cada tripulante aportó lo suyo y Torviso subió al Zafir varios sacos de patatas de Ribadeo, cebollas, nueve kilos de grelos en lata, tres lacones y tres docenas de chorizos. ¿Con qué fin? Hacer caldo. Uno en Canarias, para gallegos; otro en Cabo Verde, para la tripulación de tres barcos, y uno más en Punta Cana, en la República Dominicana. A 33 grados de temperatura. Y no sobró nada.

En el Caribe un tiburón destrozó de un mordisco junto al barco un bonito que les había picado

Lo que no olvidará Javier Torviso ni los que con él iban en el barco fue el momento en el que, concluida la travesía, un tiburón destrozó de un mordisco un bonito que les había picado.

Ocurrió en el mar Caribe, cuando iban de Saint John’s, la capital de Antigua y Barbuda, a Puerto Rico. Era el propio Torviso quien recogía el sedal y cuando el bonito estaba a unos metros del barco notó un fuerte tirón y vio cómo un tiburón se llevaba de una dentellada más de la mitad del pez.