El ojo de la cerradura

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR E XORNALISTA

FOZ

Ed

El clima de As Mariñas gallegas no es el mejor para conservar la pintura antigua de las iglesias, y así sucede que los frescos de los templos románicos aparecen casi siempre medio borrados

29 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El clima de As Mariñas gallegas no es el mejor para conservar la pintura antigua de las iglesias, y así sucede que los frescos de los templos románicos aparecen casi siempre medio borrados, como si se les hubiese caído encima un café o un pájaro gigante los hubiese picoteado pensando que las figuras fuesen lombrices. El resultado es que las historias que cuentan esas pinturas quedan envueltas en una nebulosa. Es lo que pasa con el conocido como milagro del obispo santo en la catedral de San Martiño de Mondoñedo -que a pesar de ese confuso nombre está en Foz-: dicen que está ahí, en la pared de la basílica, y quizá no está, porque lo que queda es apenas un fragmento muy deteriorado que no está muy claro lo que representa.

Precisamente, a cuenta de la romería vikinga de Catoira, escribíamos aquí hace unas semanas sobre los vikingos y sus expediciones a Galicia. Quedaron entonces, como es lógico, muchas cosas que contar, y entre ellas esta del milagro del obispo santo, que en materia de vikingos está entre las más famosas. Me lo recordaron los vecinos de Foz, que conmemoran el episodio este fin de semana con una recreación con ropa de época y una fiesta.

La historia es esta: los vikingos habían destruido ya la sede episcopal de Bretoña, y por eso el obispo Gonzalo oficiaba en San Martiño. Volvieron entonces los hombres del norte, prestos a subir por el Masma. Gonzalo huyó con su grey a las montañas y fue entonces, desde el alto de A Grela, cuando pudieron contemplar el espectáculo de decenas -algunas fuentes dicen que cientos- de drakkars normandos con las velas desplegadas. Y aquí viene el milagro: el obispo se arrodilló y empezó a rezar, y del cielo surgió una tormenta de verano nunca vista que echó a pique la flota invasora.

Hay debate en las fuentes sobre la técnica concreta que usó el prelado. Según una versión, se hundía una nave cada vez que hacía el signo de la cruz (no se aclara si era así sin más o si el obispo tenía que apuntar). Según otra versión, los hundimientos eran a golpe de Avemarías, es decir, una cada medio minuto aproximadamente. El caso es que el mar de Foz se tragó a todas las naves normandas, salvo algunas que el obispo perdonó para que diesen testimonio del prodigio.

Esta es la historia que recrean en Foz este fin de semana. «Ya de noche, la batucada y secuestros y saqueos por parte de los normandos animarán la villa focense», dice la nota en la agenda de La Voz.

El episodio del obispo santo algunos autores lo sitúan en el siglo IX, otros en el X y otros en el XI, lo que quiere decir que alguien, probablemente, habrá acertado. Pero más probablemente no acierte ninguno, porque lo que piensan la mayoría es que se trata de una simple leyenda sin más base histórica que el miedo de una época. Hubo, ciertamente, un obispo Gonzalo en Mondoñedo, pero ya en el siglo XI, cuando los vikingos eran cristianos y no venían por Galicia más que de peregrinos. Ese Gonzalo no está canonizado, en realidad, aunque se puede decir que era santo en un sentido asambleario, por aclamación de sus feligreses. Pero todo esto, naturalmente, es secundario a efectos de la fiesta que celebran el fin de semana en la ría, que lo que recuerda es la leyenda. Esa leyenda que es, como decía, igual que el fresco que la representa en una pared de la catedral de San Martiño de Mondoñedo de Foz: un boceto de una historia imaginada, un recuerdo borroso que tiene la misma indefinición que tienen todas las leyendas. Mirar ese fragmento que dicen que queda, mordido por el aire húmedo y salado de As Mariñas, sería como mirar a través del ojo de una cerradura.

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