Una sociedad de emigrantes, una mina de oro y ruina del cervense José Álvarez

MARTÍN FERNÁNDEZ

CERVO

CEDIDA

17 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta es la crónica de un plausible proyecto colectivo, de un plan innovador de emigrantes retornados de Cervo, Mondoñedo y Vigo para crear una empresa que explotase una mina de oro en Corcoesto (Cabana de Bergantiños). Es el relato de la opulencia y la ruina de un filántropo, José Alvarez Fernández, de San Román de Vilaestrofe (Cervo), que llegó a poseer la decimotercera mayor fortuna de Argentina y que acabó sus días desolado y pobre en su parroquia natal. Y es, también, la memoria de un fracaso colectivo ?uno más- de este viejo, rico y maltratado país…

La historia comienza el 12 de octubre de 1915 en Lugo, en la notaría de Manuel Montero Lois, con la constitución de la Compañía Aurífera de Galicia SA. Eran siete los socios fundadores. José Alvarez Fernández, de Cervo, su presidente, multimillonario dueño en la Argentina de Cigarrillos París; José María Miranda Luaces, de Mondoñedo, el gerente, con igual cargo en el Banco de Galicia en Buenos Aires; y los vocales José Ramón Rego Villamil, de Mondoñedo, propietario de las canteras de As Sasdónigas; Concepto López Lorenzo, de Redondela, fundador de Tranvías de Vigo, filántropo y dueño del Pazo de Torres Agrelo; Carlos E. Gunche Rodríguez, ingeniero de origen argentino yerno del anterior y creador de Fundiciones Santa Elena, Electro Metalúrgica Gallega y alcalde de Redondela en 1943; el lugués Julio Núñez y el pontés Sergio Rivera Chao, persona clave en la minería gallega y dueño de explotaciones en Sarria, Santa Comba, Fonsagrada o Bergantiños, que aportaban la mina y los terrenos.

Tres de ellos eran de A Mariña y cuatro ?Alvarez, Miranda, López Lorenzo y Gunche- viejos amigos enriquecidos en la emigración argentina, retornados a sus lugares de origen y notables filántropos y emprendedores. Los siete aportaron un capital inicial de 750.000 pesetas para explotar la mina de oro Emilita, en Corcoesto.

La empresa incrementó sus recursos con la captación de accionistas entre los emigrantes. La revista del Centro Gallego de Buenos Aires informaba en junio de 1913: “la delegación en esta ciudad de la Cía General Minera de Galicia, compuesta por los señores Gregorio Tenreiro, Francisco García Olano (mindoniense que fue presidente del Centro Gallego y directivo del Banco de Galicia), José Mª Miranda Luaces (de Mondoñedo) y Ramón M. Castro, solicitó permiso a la directiva para hacer propaganda en favor de la empresa en el Centro y ésta, considerando que se trataba de una obra que tiende a desarrollar la riqueza de Galicia, se lo prestó entusiasta y eficazmente. En nuestro local se suscribieron un número considerable de acciones”. Para el Centro Gallego no era aún pecado -ni atentado- explotar los recursos de la tierra, que da sus frutos para todos. Y así, con ese gran respaldo, se inició una esperanza para los emigrantes, para Bergantiños y Galicia. Pero pronto se hizo ver la otra cara de la luna…

Un fracaso y dos nuevas iniciativas también fallidas

Las obras para acondicionar el registro minero Emilita, que tenía 500 pertenencias, de cara a poder extraer el preciado mineral fueron muchas y muy costosas.

Según las Memorias de la empresa, la Compañía preparó el yacimiento, construyó puentes y carreteras y un salto de agua de 600 caballos vapor en el río Anllóns. Montó un taller mecánico y un lavadero. Y edificó dependencias para oficinas y laboratorio y casas para los ingenieros alemanes que contrató. Solo en eso invirtió más de dos millones de pesetas. Pero pasaron los años y la inversión no se compadecía con el oro extraído. Muchos socios se retiraron y solo José Álvarez, sobre todo, y Miranda Luaces (de quien se escribirá el próximo domingo en estas páginas) perseveraron…

Álvarez echó el resto. Toda la enorme fortuna que tenía en Argentina la invirtió en la mina. Pero a partir de 1925 se suspendieron los trabajos y la Compañía trataba de negociar las concesiones del salto de agua y las instalaciones o llegar a conciertos con quienes pudieran aportar capital de refresco. Destacaba en su oferta los filones de cuarzo y decía que los análisis de varios laboratorios estimaban que la ley media en oro era de 11 a 16 gramos en tonelada aunque algunas muestras dieran hasta 50 gramos.

Aún hubo un último intento de rentabilizar la inversión. Primero con una fábrica de aluminio y después con una iniciativa hidroeléctrica para iluminar Corme, Laxe, Malpica y otras localidades de A Costa da Morte. Pero el resultado final fue el fracaso de un proyecto que pudo cambiar el rumbo de Galicia, y la ruina y la desolación de José Álvarez que vio desaparecer su enorme fortuna en una mina que, años después, seguiría siendo ?y aún lo es hoy- objeto de numerosas polémicas y controversias.

Álvarez llegó a producir 2,3 millones de cigarrillos al día

El profesor y cronista de Cervo, Francisco Piñeiro, escribió la mejor biografía de José Álvarez Fernández (Vilaestrofe 1866-1948) en su documentado libro O valor do noso. En él señala que emigró con 16 años a la Argentina, trabajó de peón en una fábrica de dos catalanes, estudió Comercio y se casó con dos hermanas, Luisa y Argentina Conti.

En 1902 creó su primera empresa, Cigarrillos Boers, de tabaco popular, y cinco años después Álvarez y Cía que fabricaba Cigarrillos Moro y Cigarrillos París. En 1908, dos años antes del centenario argentino, registró la marca que lo haría multimillonario, Cigarrillos Centenario. Dotó a su empresa de moderna tecnología y con sus 300 empleados logró producir 2.380.000 cigarrillos al día, batir recórds de ventas y ser considerado la 13 fortuna del país en el Libro Conmemorativo del Centenario… Álvarez nunca olvidó su tierra natal. En Vilaestrofe construyó dos mansiones para sus padres y para él, financió la carretera de Cervo a San Román, creó la Liga Agraria, ayudó a familias pobres y al asilo de Viveiro, compró el solar de la Escuela, empleó a sus paisanos, etc.. Por ello, fue nombrado Hijo Predilecto en 1913. Cuando retornó definitivamente en 1918, se asentó en A Coruña.

En 1924, cuando la Cía Aurífera iba mal y él empezaba a arruinarse, entró en política. Fue alcalde de Cervo de 1924 a 1930. En ese periodo puso la primera piedra del peirao del Porto de Burela y construyó la carretera de Burela a San Román. En 1932, creó Hidroeléctrica do Xunco, para dar electricidad a Cervo y Burela y en 1936 viajó a Argentina para vender sus últimas propiedades, crear una nueva empresa de cigarrillos y seguir invirtiendo en Corcoesto. Pero todo salió mal. Regresó en 1941, viejo, enfermo y sin recursos y murió siete años después. En 1949, sus vecinos de Cervo sufragaron un monolito en su honor. Dice así: “Los vecinos de esta parroquia agradecidos. A la memoria del filántropo D. José Alvarez Fernández, año 1949”.

Su memoria, en efecto, no la llevará el viento ni la borrará la lluvia…