Los tangos del ribadense José Alonso y Trelles que cantó con éxito Gardel

MARTÍN FERNÁNDEZ VIVEIRO / LA VOZ

A MARIÑA

ARCHIVO DE MARTÍN FERNÁNDEZ

Otros poemas de El Viejo Pancho también pasaron a la música culta y popular como la de Fabini o la de Sosa

14 jun 2017 . Actualizado a las 11:39 h.

Antes, en sus inicios, el tango era una orgiástica diablura. Una danza mal vista y amoral que imitaba movimientos sexuales. Por eso lo bailaban hombres solos, o entre sí, en las esquinas y veredas y en los lupanares del arrabal. Luego, en los años 20, fue bendecido por la burguesía europea en París y a partir de ahí gozó de fama mundial.

Hoy, en el siglo XXI, el tango es el carnet de identidad del Río de la Plata. Y es, sobre todo, un modo de andar por la vida alto y derecho, con cierta nostalgia del tiempo ido, un punto de bohemia y una pizca de descreimiento y cinismo…

Decía Cortázar que ser argentino es estar triste, es estar lejos… Y los quejidos del bandoneón hallaron su hábitat perfecto en la dura y atribulada vida de los emigrantes y los conventillos.

Los gallegos, en particular, aportaron mucho a la historia del tango. El vigués Enrique R. Lesende estrenó el famoso Nostalgias, Victor Soliño _que era de Baiona_ creó los míticos Garufa, Maula o Mocosita y temas como Galleguita, la divina son una referencia tanguera…

A Mariña puso también su grano de arena en este pensamiento triste que se baila, como lo denominaba Ernesto Sábato. Según la Academia Nacional del Tango, cuatro temas escritos por el ribadense José Alonso y Trelles, El Viejo Pancho, fueron grabados y cantados por Carlos Gardel, el icono del tango que, como dicen los porteños, cada día canta mejor…

En una entrevista del 13 de julio de 1930, publicada por el Diario Imparcial de Montevideo, Gardel declaró: «Mire, che, el Viejo Pancho es un monumento. Yo siento mucho sus canciones» y se quejó de no haber podido conocerlo personalmente.

Celos, desengaños, desdén

Por esa admiración que le profesaba, interpretó cuatro de sus poemas. Uno, ¡Hopa, hopa, hopa!, grabado en 1927 en Buenos Aires con música de Roberto Fugazot, narra el diálogo con un arriero que personifica el Desengaño.

Y otros tres llevan música de Américo Chiriff: Insomnio, grabada en Buenos Aires en 1927, sobre los recuerdos de los años mozos y de un amor que no pudo olvidar y que no dejan dormir a un viejo que repite «¡Pucha que son largas/ las noches de invierno!»; Como todas, grabado en París en 1929, la historia de un gaucho muerto por el amor fallido de una mujer traicionera; y Misterio, de 1930, sobre un amor y un desdén inexplicable y terco.

Además de los grabados por Gardel, otros poemas suyos pasaron a la música culta y a la popular. En la primera, el compositor uruguayo, Eduardo Fabini, puso música a Luz mala, Remedio y, sobre todo, a La güeya, uno de sus poemas más universales, sobre los celos que atormentan a un gaucho…

En la segunda, el argentino Julio Sosa interpretó a ritmo de vals Como todas. Y Alfredo Zitarrosa, eximio representante de la música folclórica y comprometida del Uruguay, convirtió en un himno coral y reivindicativo su poema De la lucha.

martinfvizoso@gmail.com

A Mariña puso también su grano de arena en este pensamiento triste que se baila

La diferencia de nacer a la vida y nacer al destino

José María Alonso y Trelles Jarén, El Viejo Pancho, nació en Ribadeo en 1857. Era hijo de Francisco Alonso Trelles y de Vicenta Jarén, maestros. Cuando cumplió cuatro años, la familia se trasladó a Navia donde su padre había sido nombrado director de escuela.

Allí pasó su infancia y a los 15 años regresó a Ribadeo para estudiar perito mercantil en la Escuela de Naútica y Comercio. A los 18 años emigró a Montevideo y luego a Chivilcoy (Argentina) dónde vivió dos años. Según dice en su autobiografía, allí «para adormecer la morriña, me dí a los versos como me hubiera podido dar a la bebida» y comenzó a escribir. En 1877 se trasladó a El Tala, pueblo de Canelones a 110 kilómetros de Montevideo. Trabajó en un comercio y en 1882 se casó con la hija del dueño, Dolores Ricetto Asuaga, con la que tuvo cuatro hijos según biográfos como Pérez Leira y ocho, según Gustavo San Román. Se hizo procurador y ejerció esa profesión el resto de su vida.

Al cumplir 45 años se nacionalizó uruguayo y en 1908 fue elegido diputado por el Partido Blanco. Dos años antes había regresado a Ribadeo para visitar a su anciana madre que vivía en Castropol, a sus hermanos _Carmen y Amalia, maestras, y Ramón, jefe de Telégrafos de Castropol_ y a sus amigos.

Pero el tiempo había hecho sus destrozos. Y comprobó que ya no era de dónde había nacido a la vida sino de dónde había nacido al destino. Regresó a Montevideo donde falleció en 1924. Está enterrado en El Tala. Años después, su obra y su figura fueron objeto de homenajes y reconocimientos. En 1941 nombraron una calle de tres cuadras y una plaza con su nombre en el barrio de Pocitos, a la altura de la calle Libertad, en Montevideo. En 1946 se colocó una placa en la casa donde nació en Ribadeo y se celebró una velada para dar a conocer su obra. Y en 1957, se inauguró una biblioteca con su nombre en Ribadeo y se colocaron dos bustos con su figura, obra del escultor uruguayo, José Luis Zorrila de San Martín, uno en la ribadense Plaza de España y otro en la montevideana de su nombre.

Se integró en la sociedad rural y el alma del gaucho y acabó siendo el poeta nacional de Uruguay

El Viejo Pancho fue un emigrante que salió de Ribadeo para ganar las Américas y las Américas acabaron por ganarlo a él. Tanto se integró, tan bien captó la lengua y el carácter de la sociedad rural que se convirtió en el Poeta Nacional del Uruguay.

Según el profesor Gustavo San Román, hay tres grandes aspectos en su obra: el poeta castizo que escribió Juan el loco en 1887; el periodista y animador cultural que dirigió los semanarios El Tala Cómico y Momentáneas y fue autor de obras teatrales para entretener a sus vecinos; y el autor gauchesco que, con el seudónimo de El Viejo Pancho, publicó en 1913 la obra teatral ¡Guacha! y el volumen de poesía en 1916, Paja brava, de gran éxito en el Río de la Plata.

El último aspecto es el más importante. Sobre todo porque _como el argentino José Hernández con su Martín Fierro_ escribió sobre el gaucho con un fuerte tono nostálgico. Él, como otros poetas nativistas, temía que los cambios sociales _que acarreaban la modernización y las fuertes olas inmigratorias_ iban a poner en peligro la identidad nacional uruguaya.

Y por eso su meta fue una recuperación idealizada del mundo criollo, del campo y de su habitante más arquetípico, el gaucho. Como dijo el escritor Pedro R. Barreiro, «entendió como nadie la tragedia y el drama del final de un tipo humano y de un modo de pensar, de vivir y de sentir condenados a la desaparición, perseguidos, anatemizados como factor de atraso, anarquía y miseria, después de haber ocupado el pedestal de los artífices de la independencia…». Nadie como El Viejo Pancho entendió el alma criolla, charrúa y gauchesca…