Toda la magia de nuestros puertos naturales

Pablo Mosquera PABLO MOSQUERA

A MARIÑA

cedida.

08 jun 2016 . Actualizado a las 15:20 h.

alicia es o cabo do mundo. Un lugar donde reinan: la fantasía, el encantamiento, los ensueños, apariciones y conversiones. En esta tierra húmeda, todo es posible. Ya sea entre carballos y castiñeiros. Ya sea entre cielo, mar y costa granítica de la que se nutren nuestras playas de mica y caolín. Aquí, las mouras cuidan las viejas fábricas de salazón, los trasgos se refugian en las cuevas que sólo pueden visitarse a la bajamar, los dolos que soportan el puerto aluminero son Normandos transformados en tales por el rey de los cormoranes.

Ahora que el día le va ganando la partida a las tinieblas, en busca del solsticio de verano, las noches de plenilunio sirven de razón, para ser y estar, a los cantos de sirenas. Incluso, tengo motivos para asegurar que en la playa de la Concha entre O Coido de Bares y a Igresia Bella, se puede contemplar la Santa Compaña de las ánimas de los caballeros templarios que asentaron su vida y muerte en La Coelleira.

Hoy, ahora, en este momento del año, todo apunta al zafarrancho en las entrañas de los buques pesqueros que irán a por Bonito, siguiendo la tradición y a inventario económico de nuestra costera. Pero, a los que somos nostálgicos, hijos de la mar y el viento, criados entre chalanas y traiñas, nos sigue gustando dar un paseo por los viejos puertos naturales.

G Ese Portocelo que espera la subida de la marea para ser un lago al que protege la sombra de las ruinas del Monasterio de San Tirso, como en su momento fue la impronta cristianizadora de un hermoso Castro Marino. El Portiño de Morás, que protege las embarcaciones a la búsqueda de los caladeros alrededor de Ansarón o los percebes de Os Netos.

Ese pequeño puerto de Nóis-Sión- que le inspira su diccionario fraseolóxico a mi amigo poeta Aventado, Paco Rivas. Aquel lugar, entre caserones que fueron industria de transformación tanto de la ballena como de la sardina, sigue siendo un rincón incomparable para darse un chapuzón a estilo mariñano -nosotros no nos bañamos en piscinas, en todo caso, en cetáreas-.

Paseo por la ría del Cobo-San Ciprián-, que nos trae sonidos tanto de carpinterías de ribeira, como de carga y descarga de aquellos buques que formaron la flota de Sargadelos. Y desde luego el pequeño puerto de Rinlo, dónde mis amigos de la Cofradía son depositarios de la fórmula mágica para preparar el mejor arroz del norte Cantábrico, inspirados por las viejas cetáreas y aquellas tripulaciones que sentados mirando a la mar, a ella ponían siempre por testigo de sus afirmaciones.

Para terminar, hay que recuperar el puerto de la villa mariñeira de Foz. Ese lugar al que cantaba nuestro inolvidable Arcadio Mon, y al que dedica alma, corazón y pluma, nuestro decano Suso do Bahía.