Cuando Estaca de Bares festejaba el 4 de julio

ANA F. CUBA ESTACA DE BARES / LA VOZ

A MARIÑA

CEDIDA

Vecinos de la zona relatan sus vivencias de las tres décadas de presencia de los militares norteamericanos

08 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El 4 de julio, Día de la Independencia en Estados Unidos, los militares de la base americana de Estaca de Bares lanzaban fuegos artificiales de colores. «Invitaban a la gente del pueblo a la fiesta», recuerda Francisco, hijo de Manuel Rivera, uno de los torreros que residían en el faro cuando se inició la construcción de las instalaciones, en 1960, y que se jubiló unos días antes del cierre, en 1991. La Guardia Costera de Estados Unidos gestionó la estación Loran -un sistema electrónico de navegación de largo alcance por radio, desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial en apoyo de la aviación aliada- desde su entrada en servicio, en 1961, hasta el año 1977, cuando tomó el relevo la Fuerza Aérea norteamericana, que permaneció en la zona hasta su desmantelamiento, hace ya un cuarto de siglo.

«En la primera etapa mis padres tenían relación con ellos, después todo se volvió más hermético. En la casa de la radio [como se conocía una construcción próxima al faro] tenían el almacén durante las obras, con materiales y herramientas e incluso el mobiliario. Llegaba en contenedores y todo tenía la estética de Estados Unidos, la decoración, las puertas, la vajilla... Traían incluso la comida», narra Francisco, por boca de sus padres. Y con vivencias propias, como las visitas al bar o a la tienda, donde les vendían pantalones y camisetas de marca a muy buen precio.

María del Carmen Casás y su marido, José Mariña, acudían a las sesiones de cine. «Ponían buenas películas, nos invitaban a ir allí y a tomar algo (...). En aquellos años no había tanta fruta como ahora y ellos nos ofrecían cajas porque pedían tanta cantidad que no la daban tomado; también nos tienen regalado botellas de whisky», rememora María del Carmen, originaria de O Barqueiro y vecina del Porto de Bares desde 1973. «Entonces aún estaba mi suegra al frente del negocio [el restaurante La Marina], aquí venían a comer y a beber. También teníamos servicio de taxi y la relación con Pepe [su marido] y Alfredo [su cuñado] era muy buena, les llevaban a Lugo, a Ferrol al cabaré... Tengo muy buen recuerdo porque nos dieron mucha vida. Les eché mucho de menos», admite.

Félix Grande, cariñés asentado en la Vila de Bares, aún les añora. Participó en la construcción de la base y se encargó del almacén y del mantenimiento hasta que se desmanteló. Su hija, María Félix, le acompañaba en las fiestas del Día de Acción de Gracias (cuarto jueves de noviembre) y Navidad. «Eran comidas diferentes y nos hacía ilusión ir, invitaban a las familias de la gente que trabajaba allí. Mi padre también los traía a nuestra casa para celebrar la Pascua. Mi abuela estuvo unos años allí lavando y planchando sábanas... La llamaban mam, como si fuera la mamá de todos ellos. Mi madre también se empleó después, ya con la Fuerza Aérea [a la que pertenecía el que sería su marido]», relata. A este ingeniero técnico de radio, ya jubilado, lo conoció un 2 de julio, cuando ella y su amiga Antonia se aventuraron «campo a través» hacia la base.

«El 4 de julio volvimos a vernos, en la barbacoa». Tenía 21 años y no tardaron en casarse, pese a las veces que había «renegado» de esta posibilidad. Otras dos jóvenes de la Vila de Bares contrajeron matrimonio con militares estadounidenses, igual que varias vecinas de Ortigueira, O Barqueiro o Viveiro. «Él ya hablaba algo de castellano y yo, ni papa de inglés», evoca esta mujer, que regresó con su familia a Galicia en 2003, tras años de experiencias «muy enriquecedoras», siguiendo a su esposo por los sucesivos destinos (Menorca, Virginia o Japón). Hace unos días contactó, a través de una página de Facebook, con un militar que había estado en la base entre 1964 y 1965 (solían permanecer uno o dos años) y que recordaba a su padre, «el amigo» Félix.

Aquellas neveras «inmensas»

Al poco de clausurarse la estación, obsoleta, comenzó el desvalijamiento. Veinticinco años después quedan las paredes (arrancaron hasta los azulejos o el parqué) que un día albergaron «las neveras inmensas» donde almacenaban los víveres, el frontón y las habitaciones, o los tanques oxidados del carburante. «En la parte de abajo estaban los generadores eléctricos y las radios, el sistema de comunicación», repasa María Félix. «Se decía que tenían bombarderos, nunca me lo creí», asegura María del Carmen.

Los rumores, en plena Guerra Fría, acabaron en leyenda, que habla de los túneles y las instalaciones «secretas de los yanquis». «Jamás oímos nada [desde las casas del faro]», desmiente Francisco. «No tenían armamento», corrobora María Félix. En la primera época se permitía el acceso y ni siquiera había valla, que levantó la Fuerza Aérea. Los vecinos recuerdan alguna manifestación de pacifistas, las borracheras y los accidentes de coche por aquella pista maltrecha, que tardó en asfaltarse, alguna bronca, el trato afable, los veteranos guiando a los novatos y hasta una incipiente red de redes (Internet) al pie del coído de A Marufa.

25 aniversario del cierre de la base fue construida en 1960 y permaneció operativa hasta 1991