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Los estertores de la Galicia rural

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

AGRICULTURA

08 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Asisto, mientras escribo, a una incesante procesión de tractores bajo la ventana de mi casa. La Galicia rural, el útero donde se ha gestado este país, se presenta ruidosamente en la capital para exigir «prezos xustos para o leite». Pero los bocinazos de sus vehículos suenan más a estertor que a reivindicación. Producir un litro de leche cuesta 34 céntimos y la industria lo paga a 28 céntimos. Eso, en el mejor de los casos, porque miles de ganaderos están saldando su producto a 18 o 20 céntimos. La situación es insostenible y cada día desaparece una granja en Galicia. Si los precios no suben, calculan los sindicatos, el 30 % de las 9.500 explotaciones gallegas están abocadas al cierre.

Las causas de la agonía son múltiples. Unas tienen carácter estructural. La mayoría de las explotaciones gallegas disponen de una limitada base territorial, lo que reduce su autonomía forrajera, eleva su dependencia de los piensos y otros inputs industriales, e incrementa los costes de producción. Añádase a ese viejo hándicap la debilidad de la industria láctea, manifestada en un paradójico intercambio: más de la cuarta parte de la leche producida en Galicia emigra en cisternas hacia otras comunidades y un tercio de la leche transformada por las fábricas gallegas tiene origen foráneo. Apenas quedan fábricas en la comunidad: solo centros de recogida y plantas de envasado de leche líquida. Líderes en producción de leche fresca, segundones en industrias transformadoras. Triste sino.

Pero la causa del desplome de los precios reside en la supresión de las cuotas de producción. En aquellos ya viejos tiempos, tan denostados por algunos de los que ahora los añoran, Bruselas intentaba mantener a raya la sobreproducción de leche y al mismo tiempo garantizaba un precio mínimo para el producto. Los almacenes de la Unión Europea rebosaban mantequilla y leche en polvo, y la PAC acaparaba la mayor parte del presupuesto, pero los agricultores, incluidos los menos eficientes, estaban protegidos.

El pasado 31 de marzo se eliminaron las cuotas. La producción se disparó de inmediato y los precios se desplomaron. Algunos países trataron de paliar su problema particular, con medidas más o menos eficaces, pero sin cuestionar la filosofía liberalizadora de la nueva PAC. El propio consejo de ministros de Agricultura, alarmado por las protestas, aprobó ayer algunos parches.

Pero no se engañen: Bruselas sigue firme en su política de hacer «más competitivo» el sector lácteo. Y esto consiste en suprimir las explotaciones menos eficientes. Por eso ha fijado un precio de intervención inferior al coste medio de producción. Y por eso el comisario de Agricultura, Phil Hogan, se niega a incrementar aquel precio de intervención con un argumento clarificador: retrasaría el necesario ajuste de la oferta. De eso se trata: el ajuste que antes realizaban las cuotas se le encomienda ahora al mercado. Y Galicia parece la víctima propiciatoria de ese cambio: muchas de sus explotaciones ganaderas penden de un hilo.