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Los últimos caseros de Oleiros

AGRICULTURA

Los descendientes de las familias que han trabajado durante 300 años las propiedades del pazo de Xaz dejan sus casas e inician una nueva vida en pisos

05 mar 2010 . Actualizado a las 11:13 h.

Rosario Canosa, su prima Maruja González Canosa y Antonio López, Tono Queitán , son los tres últimos caseros del pazo de Xaz, una impresionante mansión de la parroquia oleirense de Dorneda que en los próximos años cambiará los kilómetros de terrenos cultivados que la rodean desde su construcción en el siglo XVI por un campo de golf que aspira a ser el mejor de la provincia de A Coruña y llevará aparejada una urbanización de 600 casas.

Ninguno volverá a saludar a sus «señores», ya que el pazo será la sede social del club deportivo, pero es más que probable que en breve tampoco reconozcan el lugar en el que su familia ha trabajado durante más de trescientos años. En lugar de alquiler entregaban cada año 80 ferrados de trigo y cuatro días de trabajo. «Ao principio, cando aínda non había coches, eran catro carretos hacia A Coruña, que se facían case sempre no verán, cando viña toda a familia, e para traerlles todo o que necesitaban; despois chamaban para facer o que fixera falta», cuenta Tono Queitán, el único que podrá seguir viviendo en el entorno de Xaz, porque hace años construyó una casa al lado de la que le cedieron sus patronos.

Nueva vida en un piso

Rosario y Maruja, de 77 y 79 años, están en una situación muy distinta: las nuevas construcciones sustituirán las casas en las que nacieron y que ya han empezado a desalojar. A la primera, los recuerdos se le amontonan tanto como los paquetes de la única mudanza de su vida; la que hará en las próximas semanas a un piso de una urbanización muy cercana, en la localidad de Rialta. «O Concello díxome que vou para un piso bonito, pero non vai ser como estar ao aire libre», cuenta Rosario mientras una asistente social pone en orden sus pertenencias y la anima con las mejoras que encontrará en su nueva casa, como la calefacción o unas paredes limpias de humedades. Su marido hace meses que está en una residencia cercana, curiosamente, al pazo de Meirás y espera que su prima sea vecina de escalera.

«A min aínda non me concretaron nada, só que teño que irme. A señora do pazo díxonos que podíamos quedar coas casas, pero nunca nos entregou as escrituras», cuenta Maruja, que no esconde que teme el cambio que va experimentar su vida. Extrañarán sus gatos, sus plantas y también un modo de vida que se erradicó, por ley, hace más de una década, pero que ellos dan por bueno. Los tres recalcan que les tocaron unos patronos «do mellor», a los que guardan mucho respeto y cariño. «O señor Baltasar, o conde de Maceda, andaba sempre de paseo polos campos. Ás veces outros dicíanlle que tiña uns caseiros moi baratos e sempre replicaba: ''Pues yo no los veo ricos''», recuerda Queitán, en cuyo salón hay colgadas dos fotos: la de su adorada mujer y un retrato suyo trabajando en los campos del pazo con una pareja de bueyes.

Luis Prego, uno de los hijos de Rosario, lleva días recogiendo aperos de labranza dignos de un museo y no puede evitar recordar lo que suponía trabajar en algunas zonas, como el castro de Xaz, que se recuperará gracias a uno de los convenios urbanísticos que lleva aparejado el plan de Xaz. «Era como estar nunha plaza de toros, impresionante», dice, y coincide con su madre en que los tiempos de caseros han terminado para siempre: «Antes era unha escravitude, pero con alegría».