Paul Thomas Anderson presenta en Róterdam la abrumadora «Puro vicio»

JOSÉ LUIS LOSA RÓTERDAM / E. LA VOZ

CULTURA

cedida

Joaquin Phoenix protagoniza la adaptación de la novela de Thomas Pynchon

31 ene 2015 . Actualizado a las 21:56 h.

Tras los dos años de silencio que siguieron a la cima alcanzada con The Master, Paul Thomas Anderson pasaba aquí en Róterdam, como premiere europea, la prueba de fuego de la adaptación de un universo que se consideraba hasta ahora inaprensible en imágenes: el torrente de delirios, alucinaciones y situaciones surrealistas del gran escritor norteamericano Thomas Pynchon. Inherent Vice (Puro vicio) es un laberinto de complots, paranoias y situaciones lisérgicas, ambientada en la Norteamérica en sí misma «conspiranoica» de Richard Nixon. En la adaptación de Paul Thomas Anderson, Joaquin Phoenix encarna a un singular detective, Doc Sportello, que trata de encontrar a su novia desaparecida, en un enredo en el que topa con sectas, grupos nazis, magnates, un cartel de la droga. El FBI y un policía, Josh Brolin, émulo de John Wayne.

El resultado es una obra capital del cine de nuestro tiempo: por vez primera, esa cosmogonía estadounidense de escritores como Pynchon, DeLillo o Philip Roth, alcanza a ser integrada visualmente sin renunciar a la aureola de psicodelia, delirio, atmósfera onírica, que son patrimonio de la mejor literatura norteamericana del último medio siglo y que en Inherent Vice se vuelcan sin cortapisas. Y, sin duda después de la demostración de opulencia en torno a la realidad y al hipnotismo de The Master, solo Anderson era el titán capaz de sacar adelante la proeza. Sus cerca de dos horas y media se inhalan más que se visionan, a través de una propuesta de viaje al otro lado del espejo de la América convulsa de Nixon, Tricky Dicky. Owen Wilson encarna al personaje que en la vida real irrumpió en un mitin rebautizando al entonces acosado presidente.

No es complaciente Inherent Vice porque, más allá de lo bizarro (pienso en lo que hubiera sido una lectura a lo Tarantino de este material) lo que Anderson desembrida es la caja de los truenos, o de los tripis, de esa otra dimensión de la realidad, el provocador callejón del gato de aquella Norteamérica del impeachment y el síndrome de Estocolmo de Patty Hearst. Inherent Vice es como enchufarle a una melódica trama de Raymond Chandler un electroshock. Y esa operación, vacía de efectismos, está aquí reformulada como una fiesta brava, un abrumador viaje al fondo de la mente, con un Joaquin Phoenix -cuya empatía con Paul Thomas Anderson toma ya visos de antología- que entra y sale de mil laberintos, como el Coyote de Tex Avery en un desierto poblado de espejismos dementes. El relativo desapego que Hollywood ha tomado con el filme (nominado solo por su guion y ¡¡su vestuario¡¡, ignorando la profundidad de esta obra donde la epidermis es lo de menos) no evitará que el prodigio de Inherent Vice sea ya leyenda súbita.