Argentina dicta prisión perpetua para los torturadores de la ESMA

agustín bottinelli BUENOS AIRES / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

El ángel de la muerte, Alfredo Astiz, entre los doce militares condenados

28 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Argentina dio ayer un paso importante para cerrar las heridas que aún quedaban abiertas de la dictadura militar con una sentencia que condena a cadena perpetua a doce antiguos oficiales de la Armada, entre los que se encuentran Alfredo Astiz, apodado el ángel rubio o el ángel de la muerte, y Jorge El Tigre Acosta, por crímenes de lesa humanidad, dos de los símbolos de la represión.

Se trata de la primera sentencia dictada en Argentina contra el grupo de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionó el centro clandestino de detención más sanguinario del régimen militar. Se logró a partir de la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que protegían a los represores y sorprendió favorablemente a la opinión pública del país porque dictaminó penas más elevadas que las previstas inicialmente.

El final del juicio, que supuso una instrucción de 20 meses y había suscitado enorme expectativa social, desató a las puertas del tribunal una explosión de júbilo, con lágrimas y abrazos de familiares de las víctimas y militantes de organismos de derechos humanos. Las condenas fueron leídas delante de los acusados, que se limitaron a escuchar, salvo Astiz, que en el momento de recibir la suya se colocó una escarapela en la solapa de su americana sin dejar de sonreír de una manera cínica.

El fallo es el primero en Argentina contra Astiz por sus violaciones de los derechos humanos. El tribunal considera acreditado que entre las víctimas de los condenados estuvieron las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, y el escritor y periodista Rodolfo Walsh, entre otros. El canciller francés, Alain Juppé, saludó la condena porque hace justicia a sus compatriotas.

Se estima que entre 4.500 y 5.000 personas pasaron por la ESMA, centro dirigido por el exalmirante Emilio Eduardo Massera y donde las sesiones de tortura eran cruentas. Algunas fueron arrojadas al Río de la Plata en los llamados «vuelos de la muerte» y sus cuerpos se encontraron en la costa; pero muchas otras se perdieron en el mar y jamás volvieron a aparecer. Astiz, que se infiltró con nombre falso en la incipiente organización de las Madres de Plaza de Mayo en 1977, acusó al tribunal de «terrorismo judicial» y mostró durante el juicio una actitud desafiante, llevando en sus manos el libro Volver a matar, escrito por el periodista Juan Jofre.