A bordo del barco que Gadafi no quiere que llegue a Misrata

alberto pradilla MISRATA / SERVICIO ESPECIAL

INTERNACIONAL

Un pesquero transporta armas entre cebollas para la ciudad libia sitiada

04 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

«Les habla la OTAN. ¿Cuál es su carga?». La pregunta se escucha insistentemente a través de la radio. «En cualquier momento podríamos realizar una inspección. Cambien al canal 62», repite una voz metálica. Pero nadie responde. El problema es que, de los 18 pasajeros del barco, solo uno puede hablar inglés y árabe. Es el doctor Hamdi, un psiquiatra que se dirige a Misrata para analizar la salud mental de la población de la ciudad sitiada. Pero apenas puede hablar. Padece náuseas provocadas por el oleaje y permanece tumbado en el camarote, preocupado por no vomitar. Viajamos a bordo del Intisar, uno de los pesqueros que, cargados con material médico, alimentos y, sobre todo, armas, tratan de romper a diario el asedio que padece Misrata, la ciudad rebelde aislada en el oeste de Libia. Cortar con este tránsito es el principal objetivo de la ofensiva lanzada contra el puerto por las tropas leales a Muamar el Gadafi.

«¿Cuál es su carga?», insisten desde la radio de los aliados. El doctor, que ha logrado ponerse de pie, responde tras un momento de duda: «Material sanitario y comida».

Será mejor que los soldados de la OTAN no cumplan con la inspección. El miércoles 20 de abril, a las 22.30 horas, el Intisar recibe el permiso para zarpar. Se oyen tiros al aire y los imprescindibles Allahuakbar (Dios es grande). A bordo, 18 hombres. La mayoría de ellos, libios originarios de Misrata que regresan para sumarse a los combates. El barco va cargado hasta arriba de proyectiles antiaéreos, parte del arsenal capturado a Gadafi en Bengasi. De hecho, las armas salieron de la URSS en 1982. Por lo menos, las minas antipersona que se apilan junto a varios paquetes con cebollas no están pensadas para ser enterradas en las calles de Misrata. «Las usamos para crear mortero», explica Mohamed, un hombretón barbudo que antes trabajaba en la prospección petrolífera, ahora reconvertido en experto en explosivos.

Dinamita en botes de conserva

«Sacamos la dinamita y la metemos en botes de conservas. Luego la prensamos y ya está lista para utilizarse», asegura.

22.45 horas. Tras la euforia de los primeros minutos de trayecto, llegan las consecuencias de no ser lobos de mar. Todos, absolutamente todos los pasajeros (a excepción de la tripulación), caen víctimas de los mareos.

El barco, un pequeño pesquero de unos 20 metros, se bambolea. Y eso que el mar está tranquilo. Tarek, el capitán, es de los pocos que se mantienen en pie. «Estuve en la cárcel en Italia», señala, con el timón en la mano. Abusa de los monosílabos, y lo que llega a entenderse es que estuvo en prisión por transportar inmigrantes subsaharianos hasta Lampedusa.

«Hemos detectado un barco, pero no sabemos de quién». La rumorología se extiende entre la tripulación el tercer día de travesía. Hay dos opciones: o buques de la OTAN o naves de Gadafi. Lo más probable es que sea la primera opción, pero la barrera idiomática ha cortado el hilo con el centro de mando aliado.

Tras varios minutos de incertidumbre, se divisa un portaviones. Los militares occidentales ni siquiera se molestan en inspeccionar el barco. Prefieren hacer la vista gorda. Vía libre para continuar hacia Misrata. Sin las armas que se transportan en estos pequeños pesqueros, la ciudad no habría resistido el asedio.

Después de 40 horas de travesía, el Intisar llega a puerto. Se oyen bombardeos. La pregunta es obligada. «¿OTAN o Gadafi?». Quién sabe. Por si acaso, cinco de los 18 tripulantes se colocan en proa con los Kalashnikov. Hasta que el dictador libio lo impida, pequeños pesqueros como el Intisar seguirán siendo la principal fuente de suministros para Misrata.