El surrealismo de un dictador

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

03 feb 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La escena era un poco surrealista, casi alucinatoria: en la plaza Tahrir una columna de camelleros cargaba contra los manifestantes pro democracia. Los matones del régimen, blandiendo látigos y palos, galopaban en medio de la multitud como en una escena censurada de Lawrence de Arabia. Sería cómico si no fuese trágico, pero los tanques que habían llegado a esta «primavera de Praga» egipcia resultaban ser dromedarios (de la Guardia Nacional, por cierto, a juzgar por el jaez). Lo que siguió luego fueron horas de acoso a los manifestantes demócratas por parte de miles de supuestos manifestantes pro Mubarak, todos hombres y en el mismo grupo de edad. Con piedras, machetes y cócteles molotov, el PND, el partido del régimen, hacía una nueva demostración de su proyecto político de estabilidad y progreso.

La televisión nacional egipcia no era menos surrealista: allí no pasaba nada. Tan solo se emitían imágenes de pequeñas concentraciones a favor del líder y reportajes melosos sobre su vida, con especial insistencia en su participación en la derrota militar de Egipto en 1973, de la que por alguna razón está muy orgulloso. Pronto echarán aquella vieja película en la que un jovencísimo Mubarak sale de figurante. Un universo paralelo.

No muy distinto de aquel en el que siguen instaladas las cancillerías europeas y la Casa Blanca, que ayer todavía se aferraban a la fantasía de una transición a la democracia pilotada por un dictador. Era lo peligroso de esta vía lo que se evidenciaba en la plaza Tahrir, y algunas declaraciones timoratas de Washington y Bruselas hacen pensar que quizá empiezan a comprenderlo. Pero la resistencia que ofrece Mubarak a una democracia egipcia es solo ligeramente menor a la que ofrece el mundo libre, por lo que es de temer un plan B centrado en el vicepresidente Omar Suleimán. ¿Es una buena elección para nuevo «hombre de Occidente»? Según se mire. Siendo el jefe de la policía secreta, Suleimán era conocido por su afición a torturar personalmente a los detenidos. Y es él, casi con toda seguridad, quien ha orquestado la violencia de ayer...

Mientras tanto, ¿dónde está Mubarak? Una hipótesis: la noche del martes terminó su discurso con la lacrimógena declaración de que pensaba morir «en el suelo de Egipto». Pues bien, todo indica que se encontraría ya cerca de una frontera, por si acaso, en Sharm el Sheij, a un tiro de piedra del único país que lo defiende sin reservas: Israel. Solo esto explicaría la extraña noticia de que, pese a ser una zona desmilitarizada, Israel haya aceptado el despliegue de carros de combate en ese complejo turístico del Sinaí. Así que es muy posible que, mientras los egipcios se matan frente al Museo Nacional (en el que se guardan todas las momias del país menos una, la del presidente), Mubarak esté esperando su momento a orillas del mar Rojo.