La revuelta ya tiene punto de encuentro para los opositores

miguel a. muradojorge fuentelsaz TÚNEZ / EFE

INTERNACIONAL

31 ene 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La llegada de Mohamed El-Baradei a la plaza Tahrir de El Cairo ayer noche marcaba el comienzo de una nueva fase en la actual revolución egipcia: la de la política. Tras seis días de unas protestas espontáneas que empezaban a deslizarse hacia el caos, se hacía urgente una alternativa visible a Hosni Mubarak, una voz que hable en nombre de los manifestantes y pueda, al menos hipotéticamente, negociar el fin del régimen. Y a El-Baradei, el antiguo especialista de la ONU en buscar armas de destrucción masiva, parece que le ha tocado ser el encargado de desactivar la bomba de relojería en que se ha convertido el país del norte de África.

Hace tan solo dos o tres días, a El-Baradei, que se unió tarde a las protestas, se le consideraba un oportunista respetable. Para Washington, en cambio, este hombre de modales exquisitos y un razonable parecido físico con Mahatma Gandhi, empieza a ser visto como el mal menor. Su experiencia como diplomático y su larga afiliación a las Naciones Unidas lo convierten en alguien responsable a ojos de la comunidad internacional.

Son justamente esas características las que concitan las suspicacias de sus compatriotas, que lo encuentran demasiado alejado de los problemas de Egipto y excesivamente asociado a Estados Unidos, el país que fabrica los botes de humo que hasta hace un par de días les lanzaba la policía. Es esta la razón por la que Washington no le ha dado su apoyo explícito: en estos momentos, recibir un elogio de la secretaria de Estado Hillary Clinton es como el beso de la muerte para cualquier político en el mundo árabe.

Vacío de poder

Lo que ha catapultado a El-Baradei al liderazgo de la revuelta es una curiosa situación: es evidente el vacío de poder en el régimen, y está claro que a Mubarak no le está resultado fácil encontrar voluntarios para uno de los oficios menos apetecibles del mundo en este momento, el de ministro de su Gobierno.

Pero también hay un vacío de poder en la oposición. Los grupos demócratas e izquierdistas han sido tan vapuleados por la represión que sus líderes son casi anónimos, mientras que los islamistas Hermanos Musulmanes prefieren seguir manteniéndose al margen de esta revuelta que aceptan que no es la suya.

Si El-Baradei se está colocando en cabeza es en parte por esta incomparecencia de los rivales, y también porque su nula base política, paradójicamente, le permite servir de puente entre todos los grupos opositores.

Hace ya un año fue él el primer laico que tendió la mano a los Hermanos Musulmanes para caminar juntos hacia la democratización. Aquel gesto le ha valido ahora la confianza y el apoyo de los islamistas, que han delegado en él para negociar el desguace del régimen, junto con los pequeños partidos socialista y liberal.

El-Baradei obtiene así una ventaja de partida, lo que no quiere decir que al final vaya a ser él el elegido por los egipcios para dirigir sus destinos. Todo esto no ha hecho, en el fondo, más que empezar y Mubarak, ayer noche, todavía estaba en el poder. Eso sí, ya tiene a quien dejarle las llaves cuando se marche.