Una hormona y un gen, claves para explicar los comportamientos tiranos

Efe

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Stalin, Hitler, Videla, Pol Pot o Pinochet no sólo compartían regímenes dictatoriales, sino también, posiblemente, características en uno de sus genes, según un estudio.

16 abr 2008 . Actualizado a las 15:29 h.

Stalin, Hitler, Videla, Pol Pot o Pinochet no sólo compartían regímenes dictatoriales, sino también, posiblemente, características en uno de sus genes, según ha descubierto el investigador israelí Richard P. Ebstein.

«Es evidente que los dictadores son egoístas y puede ser que su falta de interés por los demás tenga un componente genético», explicó a Efe Ebstein, director del Centro Scheinfeld de Genética Humana para las Ciencias Sociales de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

La clave está en el gen AVRP1, que permite la actuación sobre el cerebro de la vasopresina, una hormona que se vincula a la sociabilidad y afectividad de los mamíferos.

A más vasopresina, más tendencia al altruismo (y viceversa) es la ecuación ya descubierta por los científicos en 2005.

Nacido en Brooklyn, Ebstein ha dado un paso más al vincular generosidad, características genéticas e incluso quizás dictaduras a partir de las conclusiones de un estudio publicado en el número de abril de la revista científica Genes, Brain and Behaviour.

El investigador recurrió para ello al famoso «juego del dictador» con 203 estudiantes universitarios, que dividió en tiranos y receptores.

Los «dictadores» recibieron cada uno cincuenta shekels (cerca de nueve euros o catorce dólares) para que decidieran libremente si los repartían o no entre los «receptores».

Algo menos de un quinto se quedó con todo el dinero, mientras que en torno a un cincuenta por ciento dio la mitad.

«Lo interesante del ejercicio es que no existe condicionante alguno para entregar el dinero, como que el otro se encuentre en una situación de necesidad o sea un amigo, por lo que mide el altruismo en estado puro», apostilla Ebstein.

La conclusión del experimento fue que aquellos estudiantes con el promotor (una parte clave del gen) del AVRP1 más largo regalaron de media un cincuenta por ciento más de dinero que sus compañeros con el promotor más corto.

«No es que el gen determine la avaricia o el altruismo, pero sí la distribución de la vasopresina, de forma que una acción generosa pueda generar menos placer en unas personas que en otras», matiza el científico, que emigró de EEUU a Israel en 1968.

Para Ariel Knafo, otro de los integrantes del equipo investigador, es «la primera prueba de que existe una relación entre una variabilidad del ADN y el auténtico altruismo humano».

¿Todo, hasta la generosidad, está entonces en los genes? No, para Ebstein, que reconoce también la importancia del ambiente en la formación de la personalidad, en la línea de los biólogos que van más allá del determinismo extremo.

«Para mí, el egoísmo, como el comportamiento criminal, es mitad ambiental, mitad genético», estima.

O lo que es lo mismo: un entorno adecuado puede diluir la predisposición a la avaricia inscrita en el ADN de un ser humano, mientras que un pésimo ambiente vital quizás vuelva implacable y egoísta al más genéticamente predispuesto a la solidaridad y la entrega.

Otros investigadores desconfían, sin embargo, de la fiabilidad del «juego del dictador» y, por tanto, de las conclusiones que pueda originar.

Por ejemplo, Gary E. Bolton y Rami Zwick explicaron hace años en el «International Journal of Game Theory» que los «dictadores» que regalan dinero no lo hacen porque les preocupe el bienestar ajeno, sino por una serie de «reglas personales y sociales que inhiben el comportamiento interesado».

«Incluso dentro de esas reglas, los dictadores se comportan de manera interesada, pues se guardan lo que consideran que en justicia les corresponde», agregan.

Por su parte, Nicholas Bardsley, del Centro Nacional de Investigación Metodológica de la Universidad de Southampton, ha comprobado que basta con dar tres opciones -quedarse todo el dinero, darlo todo o quitárselo a otro- para que las «cobayas» humanas tengan menos contemplaciones con el prójimo.

Es decir, que la elección de cuánto dinero regalar nace de un cálculo personal de lo que se considera justo, lo que varía en función del ramillete de opciones existentes.

En cualquier caso, Ebstein lo tiene claro y lo ilustra con una pequeña broma: «Si Stalin hubiera vivido en California no hubiera sido un dictador. Hubiera querido amasar mucho dinero».