La UE alerta de la fragilidad de su sistema financiero

Juan Oliver

INTERNACIONAL

Los Veintisiete analizan las consecuencias del cambio climático sobre la seguridad internacional

14 mar 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Lejos de haberse calmado, la crisis de los mercados financieros continúa siendo una amenaza para el funcionamiento de la economía ante la cual los Gobiernos de la Unión Europea no pueden mantenerse al margen. Así lo entienden los líderes de la UE, que al cierre de esta edición analizaban en una cumbre en Bruselas los vaivenes que sufren esos mercados desde hace meses, y que no se han calmado ni siquiera con la acción conjunta de la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo, que el pasado miércoles anunciaron una nueva inyección de liquidez a los bancos.

«El estado del sistema financiero internacional sigue siendo frágil», indica el borrador de conclusiones de la reunión de los jefes de Estado y de Gobierno de la UE que se celebra desde ayer en Bruselas. Según vaticinó el secretario de Estado para la Unión Europea, Alberto Navarro, ese texto, elaborado por la Presidencia eslovena, cuenta con todas las posibilidades de mantener íntegra su redacción al término de los debates.

Los Gobiernos europeos entienden que la responsabilidad principal de responder a la crisis «corresponde en primer término» al sector privado. Pero asumen que eso no les exime de su obligación de adoptar las medidas necesarias que contribuyan a estabilizar la economía mundial. Especialmente, mejorando los mecanismos de control y evaluación de riesgos, y comprometiéndose a realizar «un estrecho seguimiento» de la situación de los mercados que les permita «reaccionar con rapidez frente a posibles acontecimientos adversos».

Capacidad de maniobra

La UE es consciente de que la crisis financiera dificulta su capacidad de maniobra ante la desaceleración que padece la economía comunitaria, y reconoce que, con toda probabilidad, su crecimiento será más bajo en el 2008 que en el año anterior. Por eso llama «a evitar la complacencia» por los buenos resultados de los años anteriores, y a coordinar las políticas económicas y financieras de los Veintisiete para garantizar la estabilidad. Los líderes también se comprometen a adoptar una estrategia destinada a contener la subida de los precios de los alimentos y de la energía.

En una cumbre de marcado carácter económico, el sector energético es precisamente otro de los grandes temas de debate. Primero, por la necesidad de acomodar los sistemas de producción de la UE a la apuesta por las energías renovables que los socios comunitarios pactaron hace ahora un año en la capital belga, y que les obliga a llegar al 2020 emitiendo un 20% menos de CO2 y produciendo un 20% de energía mediante fuentes limpias y renovables.

En segundo término, por las dificultades que se están encontrando los Veintisiete en su lento camino para instaurar un mercado único del gas y de la electricidad, que permita compaginar la libre competencia y la circulación de empresas y capitales sin cortapisas en todo el territorio de la UE, con la seguridad en el suministro para todos los países.

Medio ambiente y seguridad

Por otro lado, el secretario general del Consejo, Javier Solana, presentó un documento de su departamento sobre las amenazas del cambio climático para la seguridad internacional. En ese informe se advierte de que el aumento de dos grados en la temperatura del planeta, que la UE quiere evitar con su nueva política energética, no solo tendrá consecuencias medio ambientales irreversibles, sino también serios efectos geopolíticos.

Si la catástrofe ocurre tal y como prevén los estudios científicos más pesimistas, según la tesis de la Secretaría del Consejo, se producirá una grave desestabilización en las zonas con las situaciones económicas y políticas más frágiles del planeta. Entre otras cosas, el estudio prevé la disminución de recursos como la tierra y el agua, lo que agravaría la situación de escasez que padecen ya muchos países y podría originar nuevos conflictos.

Además, la subida del mar provocaría la desaparición de grandes zonas de costa, donde habitan grandes bolsas de población en muchos continentes que se verían obligadas a desplazarse a zonas más pobres. Esa alteración de fronteras, finalmente, renovaría muchos conflictos territoriales.