Los desaparecidos: entre la vida y la muerte

fernanda follana BECERREÁ / CORRESPONSAL

LEMOS

En Navia de Suarna hay dos personas que jurídicamente no han fallecido

05 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Mientras José Antonio Álvarez Fernández muestra detrás de la cocina de leña el escaño vacío que solía ocupar su hermana Engracia, la Seguridad Social continúa ingresando puntualmente todos los meses la pensión en la cuenta de esta octogenaria (o, según se mire, nonagenaria), de Lencias (Navia de Suarna), desaparecida desde el 2 de agosto del 2006. Cuando faltó de repente de su casa tenía 86 años, para la Administración hoy tiene 91. «É o banqueiro o que dá a fe de vida. Escribe: desaparecida», explica José Antonio.

Porque la condición del desaparecido cabalga entre la vida y la muerte. El hecho de que no se encuentre el cadáver impide certificar la defunción y deja abierto un abanico de posibilidades, entre ellas, aunque en muchas ocasiones esté fuera de toda lógica, que la persona marchase voluntariamente sin decir nada. La incertidumbre sobre su destino supone un trauma para sus allegados y un caudal de ambigüedades en todo lo referente a aspectos legales. A nivel jurídico se les da por muertos pasados diez años si se tiene menos de 65 años, y cinco años si los superan. Hasta entonces sus familiares no pueden hacer disposición de sus bienes. Policialmente, sin embargo, nunca mueren.

«Se introducen en una base de datos a nivel europeo, que se denomina Schengen, y se consideran desaparecidos aunque pasen cien años. La búsqueda física no continúa más allá de un mes y medio de la falta, una vez agotados todos los indicios inciales, pero se investiga cualquier pista que pueda surgir a raíz de comentarios, opiniones o de otro tipo», informan fuentes expertas.

Además de Engracia Álvarez, de Lencias, desaparecida en el 2006, en la comarca de Os Ancares se encuentra desaparecido Manuel Díaz, de Tabillón, también en Navia de Suarna, que falta de su casa desde el pasado 25 de octubre, cuando tenía 55 años. Supuestamente ambos desaparecieron en circunstancias similares en el monte próximo a sus respectivas aldeas, donde se les buscó de forma exhaustiva durante algo más de un mes. Los familiares afectados refieren que en el concello vecino de A Fonsagrada también hay un desaparecido en los últimos años.

«Quedeille moi obrigado a todos os veciños e voluntarios que viñeron daquela axudar», afirma José, que recuerda que saludó a su hermana Engracia al regresar de unos recados en Navia y que le dijo que iba a hacer unas chuletas para comer. «Eu sempre lle poñía o servicio aí, detrás da cociña, como se fora unha hóspede. Ese día así o fixera, e cando estaban as chuletas na sartén, saín chamala e xa non estaba». Engracia padecía algún tipo de demencia desde los 22 años.

José recuerda que Engracia «deu en coller o vicio de saír camiñar» y llegaba incluso a aldeas cercanas, donde era muy apreciada. En muchas ocasiones iba hasta Valdeferreiros, el núcleo de población más próximo a Lencias, que pertenece a Asturias. «Bótoa moito en falta. Canto quixera que os dos pinos ou os que veñen limpar encontraran á miña irmá».

Por su parte Manuel Díaz, de Tabillón, fue echado en falta un lunes por la mañana de finales del último octubre, cuando un amigo de la aldea vecina de Cernada pasó a recoger para acudir a Becerreá a la oficina del paro. Vivía en una casa independiente de su hermano Francisco, que también reside con su familia en Tabillón.

Había sido visto por última vez el sábado por la tarde y su bastón fue encontrado en un camino cerca de cernada. Su teléfono móvil recibió cobertura en la zona durante trece días que estuvo encendido sin que pudiese encontrarse.

«Por onde vas o buscas», afirma Francisco Díaz, que todos los fines de semana realiza una batida con otros familiares por el entorno de la aldea en busca de su hermano. «Volvemos sobre o andado por se un animal movese o cadáver. Pero temos todo mirado. Hai pouco máis dun mes os buzos da Guardia Civil viñeron rastrear o río dende o encoro».

Como en el caso de Engracia, los familiares de Manuel no pueden disponer de sus bienes. «Incluso habería que limpar a casa, pero non podemos», afirma Francisco. En el caso de Manuel, que tenía 54 años cuando desapareció, no está percibiendo ninguna nómina o pensión. «Xusto o día que faltou ía arreglar os papeis para cobrar o paro», afirma su cuñada Yolanda.

«Un loito que nunca pasa»

«Eu só quero dicir que a preocupación non se aparta. É un loito que nunca pasa». Las palabras de José Álvarez, hermano de Engracia, expresan a la perfección el sentimiento de angustia que la desaparición de un ser querido deja en su entorno más próximo. La incertidumbre sobre el destino del desaparecido, la responsabilidad de buscarlo y la impotencia a la hora de determinar los pasos a seguir, minan psicológicamente a los familiares afectados.

«Canto quixera que me dixeran ?vai alí? e saber que o atopas. Iría a calquera sitio. Se souberas o que lle pasou e que morreu, o enterras, e polo menos sabes que está aí», afirma Yolanda, cuñada de Manuel Díaz, de Tabillón. «É unha penitencia», añade su marido Francisco, que afirma que desde que falta su hermano no encuentra el sueño.

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