El prado del millón y pico de euros

Jorge Casanova
Jorge Casanova SAN COSME DE BARREIROS/LA VOZ.

GALICIA

El relato de un bróker rural ejemplifica el ascenso y la caída del delirante panorama urbanístico de Barreiros

10 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

José mata la tarde con un vecino bajo un carballo en Nerille, una parroquia en la parte alta del concello de Barreiros, entre la autovía y el mar. Mientras charlotea vigila las cuatro vacas que le quedan y que pastan indolentemente en un prado cercano, que no es suyo, pero que lo fue. Lo vendió hace cuatro años, en la cresta de la ola: «Aquel foi o único momento na miña vida onde puiden ver que a mentira valía algo», evoca José. «Se alguén viña e che preguntaba canto che ofreceran polo terreo, podías dicir calquera cousa, que todo valía. Dicías, dez mil, e contestábanche, eu douche once mil. Claro que iso non volverá a pasar na vida».

La compañía de José asiente. También recuerda los años locos, no tan lejanos. El caso es que fue entonces cuando José vendió el prado:

-No me dirá por cuanto, claro.

-Non teño ningún problema. Por douscentos millóns de pesetas (1,2 millones de euros).

El hombre abrochó los millones y vendió la explotación de vacas que tenía. Al poco tiempo, al comprador, que proyectaba levantar una promoción de 36 viviendas en una extensión de 35.000 metros cuadrados, le dijeron que no; que no podía parcelar. Si quería podía edificar una vivienda, pero solo una. Y ahí se ha quedado el prado, muerto de risa. De modo que José le pidió permiso al nuevo dueño y manda a las vacas a que le tengan la hierba a raya. Como hace cuatro años, pero con una pila de millones en el banco.

-Bueno, iso non o sabe. Igual xa os gastei.

Tres viviendas paradas

Junto al prado se alinean tres viviendas unifamiliares aparentemente acabadas y en venta. «Garaxe e dous plantas de 114 metros. Menos de 300.000 euros», informa José, que ha visto a muchos ir a visitarlas. Solo tienen un problema, no les han concedido la cédula de habitabilidad. Paradas por el tsunami legislativo/judicial que ha dejado el concello patas arriba: «Aínda recordo cando viñeron os da Xunta, nun coche blanco e azul. Pararon as obras e romperon o letreiro nun momento».

Y mientras, José y sus vecinos de la parroquia siguen sin traída de agua. Cada uno de ellos se ha buscado la vida para traerla desde aquí o desde allá. El proyecto de las 36 viviendas que nunca llegaron a construirse incluía, dice José, una conexión para todos. Pero ese proyecto también se perdió en el camino.

José y su vecino saben de sobra cómo está el concello: paralizado en su mayor parte. «Hai moitas casas así -cuenta esta suerte de bróker rural, parte de la escasa minoría que salió bien parada con el pinchazo inmobiliario-, ata a do aparellador, que a fixo con exceso de altura». Pero también saben que no todo el mundo perdió la perspectiva en los años locos. A ambos, la autovía también les pilló terrenos que tuvieron que vender sin tanta alegría: «A min colleume cinco hectáreas que me pagaron por unha lei de 1954». Explica que la cuenta le salió a 4,65 euros el metro cuadrado. Una miseria comparado con los más de 12 euros el metro que consiguió del promotor. Claro que por el prado que le vendió a la Administración ahora pasa la transcantábrica y el que fue a manos del promotor privado sigue como estaba.

Si alguna vez pensó que su tranquilo barrio se iba a convertir finalmente en una especie de urbanización poblada de madrileños ansiosos de disfrutar los encantos naturales del lugar, unos años después solo hay algunos edificios vacíos y paisanos menos satisfechos que él: «Moita xente vendeu por edificacións e agora non teñen o terreo nin o piso que lles prometeron». Esa es otra de las tragedias, consecuencia del furor vivido en la segunda mitad de la década. «Eu sei de apartamentos que se venderon a seis mil euros o metro cadrado, aínda que é verdade que hai moito comprado e moi pouco pagado».

Por allí, por Nerille, también flota la esperanza de que el asunto se solucione, que se levante la veda y los constructores puedan volver al tajo, aunque José no se engaña. ¿Quién construiría una sola vivienda en una finca que ha costado 1,2 millones de euros? A estas alturas, José, ex granjero, sabe mucho de economía, aunque a simple vista, matando la tarde y vigilando de reojo a sus cuatro vacas, no lo parezca.