La inmersión en un mundo donde el lenguaje y la comunicación se decodifican de otra manera?es una experiencia compleja. Su desarrollo les hace extranjeros entre nosotros, pero pueden aprender
28 mar 2010 . Actualizado a las 03:00 h.El autismo es un trastorno enigmático y de descripción reciente. La ciencia ha ido avanzando en su estudio, pero está aún muy lejos de averiguar sus causas. Lo que hace treinta años se tenía por verdad inmutable, hoy se discute abiertamente. Las familias de los afectados lamentan la difusión de algunas falsas ideas sobre el autismo que perjudican la integración y lastran las posibilidades de desarrollo. Este es un ejercicio de acercamiento a algunos de esos lugares comunes en el colegio y el centro de día de la asociación Aspanaes de A Coruña y con miembros de la asociación Raiolas de Lugo.
MARIÑA
Tópico número 1. «Viven en su propio mundo interior»
El viento mece con suavidad una larga hierba que Mariña sostiene en su mano y que se frota con otras en un movimiento pendular. Lleva un buen rato de pie, de espaldas a su madre y a mí, que hablamos sobre ella, entretenida con ese ligero vaivén. «Está pasando la adolescencia -explica su madre- y ha sufrido un pequeño retroceso». Cualquier padre lo entendería. «Pero no está en otro mundo, está en este». Se acerca cuando aparece Yago, su hermano, que viene jugando sobre la silla de un caballo. A Mariña no le toca aún su hora de equinoterapia, pero el monitor la invita a acompañarlos en el paseo y ella se apunta antes de que su madre pueda volver a disculparse por eso de que está en la adolescencia. Toda la aparente indolencia se transforma cuando le toca montar. La educadora explica que están obteniendo buenos resultados con la terapia con caballos: «Son menos invasivas para ellos. A veces, la comunicación es más sencilla con un animal que con una persona».
ANTÍA
2. «Son fríos y distantes, rehúyen la comunicación»
Antía tiene once años y acude simultáneamente a un colegio convencional y a otro especial para niños con trastornos autistas. Nosotros la vamos a ver al segundo, en un aula con otros tres chavales. Nos sonríe, nos mira y nos pregunta. Le doy una tarjeta y se emociona. La profesora le pregunta: «¿Qué pone ahí?».
-Periódico.
La palabra no está escrita en la tarjeta, pero Antía ha identificado el logo de La Voz con el concepto del periódico. Le cuesta mucho menos que leer luego la complicada letra gótica. Nos muestra su libreta de trabajos y se queda fascinada con la cámara del fotógrafo: «Es gigante», dice. Las educadoras se sorprenden con la receptividad de Antía, que no muestra ni distancia ni frialdad. Su voluntad de comunicarse es inequívoca. Su satisfacción al conseguirlo, también. El episodio de la cámara se repetirá por todo el colegio. Si una imagen vale más que mil palabras, entre estos chavales la proporción se multiplica por millones.
EL AULA DEL CUERO
3. «Son muy listos. Capaces de tareas colosales y absurdas»
En el centro de día de Aspanaes en Culleredo no hay ningún asperger. Así se conoce a los afectados por un síndrome autista en personas que a veces muestran una alta capacidad. Son los menos. En el mundo del autismo aprender a contar es un éxito de enormes proporciones. En este centro, en el aula del cuero, hay una decena de adultos trabajando, concentrados más o menos en sus tareas. El primero que viene a saludarnos es un señor de edad indeterminada. Cuarenta años tal vez, o más. Nos da la mano sonriendo y se sienta frente a una pequeña urna con tres ranuras en la que introduce fichas de tres colores. Un ejercicio que ya hemos visto hacer a niños de seis años en el colegio. Allí, en el aula, se elaboran trabajos sencillos.
En el grupo, nadie sabe usar una regla para medir el tamaño de la tira que se convertirá en una pulsera, pero hay una muestra con la que comparar el largo. Adaptación. Cada trabajo tiene su agenda, su estructura en fotos o pictogramas. Ninguno de los que están allí es capaz de completar una secuencia completa. Pero siguen avanzando. Algunos de los usuarios del centro son casi tan viejos como el descubrimiento de la enfermedad. Otros, los que llegan nuevos, tampoco son superdotados, pero la estimulación temprana les ha dado más herramientas para superar sus déficits de comunicación. Vivirán otra realidad.
NOEMÍ
4. «Es una enfermedad incurable, sin solución»
Tiene casi 17 años y es una de las más vivarachas de las que hay por el centro. Ya se ha librado casi por completo de las ecolalias, ese fenómeno en que la respuesta es idéntica a la pregunta, y sostiene una conversación coherente más allá de los guiones sociales que aprendió en el colegio. Si se le pregunta qué es la amistad, no lo sabe; pero si se le pregunta por Tedy, responde que es su amigo. Tedy es un osito de peluche, con el que habla sin complejos. Pero Noemí habla también conmigo de sus perros Genaro y Vicente, de sus hermanos, de que no le gusta la piscina... Y a veces contesta «yes».
-Vaya, también sabes inglés.
-Sí, pero muy poquito.
Noemí es de la nueva hornada, de los que han ido hallando soluciones. Y no parece enferma.
ANA
5. Tener un hijo así te rompe la vida
Ana es la última protagonista de este relato de mujeres para un trastorno que afecta especialmente a los hombres. Es profesora universitaria, madre de dos niños con autismo (14 y 11 años), y en su conversación no se cuela ni un ápice de amargura, casi ni de queja. Evoca el proceso con la niña, los primeros signos, las sospechas confirmadas... «Es un momento complicado, porque no sabes qué hacer. Nadie te muestra el camino».
Pero hicieron camino donde no lo había. Y explica que, cuando el proceso se repitió después con su hijo, ellos ya estaban más preparados. Empezaron antes y el chaval lo nota. Ana ha mantenido su actividad laboral durante todos estos años. No hay fisuras dramáticas en su discurso: «A Yago me lo imagino en el futuro trabajando en algo que tenga que ver con el campo. Y a Martiña, tal vez en algo relacionado con el textil», agrega. A esta familia el autismo no le ha puesto límites.