La guardería. Blanco o negro

Juan Arnaiz Ramos

VIGO CIUDAD

El padre de una niña supuestamente intoxicada escribe una misiva a La Voz con sus impresiones sobre el caso de la guardería de Vigo.

19 mar 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Es difícil trasladar al papel los pensamientos de un padre que durante diez días ha pensado que su bebé de 14 meses podía estar enfermo debido a un cambio de conducta, alicaimiento y somnolencia. No es el objeto de este artículo hacerlo, pues, además de ser un ejercicio desagradable, creo que todos los lectores serán capaces de hacerse una idea del shock que puede producir la inseguridad de no saber quién ha tocado a tu bebé, qué sustancia le han podido dar, con qué fin, cuántas personas, cuándo y con qué consecuencias -aunque ya resueltas por los médicos.

La protección de un hijo alcanza su nivel de fuerza mayor cuando se comprueba que de repente, y por posible inducción de un tercero, has perdido el control sobre su seguridad, salud, bienestar y felicidad. Una guardería es, más allá de un centro educativo, un centro de protección de menores, desde el recién nacido hasta el preescolar. Esto implica que el principio fundamental de su existencia ha de ser indefectiblemente la seguridad. Es indiscutible. Es tan obvio como decir que un coche que carece de las medidas de seguridad necesarias puede provocar la muerte de su conductor, o que un hospital que no realiza bien su trabajo puede generar consecuencias fatales sobre la vida de las personas.

En el caso de la guardería de Vigo no se trata de una discusión sobre si es gris o medio blanco, la discusión es sobre si es blanco o negro, y no cabe otra posibilidad, de la misma manera que no cabe otra posibilidad sobre si los coches llevan medidas de seguridad o sobre si los hospitales cumplen con las normas de control y protección. Es decir, no puede permanecer abierta una guardería en la que supuestamente han acontecido los hechos que desde hace días todos conocemos y algunos sufrimos. Puedo llegar a comprender -con muchísimas dificultades- la satisfacción que algunos padres tienen aún hoy con el centro si sus hijos no han sido objeto de la posible intoxicación. Y puedo llegar a comprenderlo -muy mal- porque los sistemas de protección de sus hijos no se han visto gravemente vulnerados, supuestamente, por alguien o algo existente en dicha guardería. En este sentido, la reacción psicológica que tienen respecto al centro resulta positiva (nunca les ha fallado).

Pero insisto, una guardería es un centro de protección de menores en su más amplio y riguroso sentido, al que se le confía la seguridad de seres humanos carentes de voluntad desde y hasta una determinada edad. Por lo que si resulta, supuestamente, que en el mencionado centro se ha producido un acto contra la seguridad de los menores, la discusión sobre si es blanco o negro está clara: no puede permanecer abierto bajo ningún concepto.