La élite invisible de los colegios gallegos

J. Casanova

GALICIA

En Galicia hay 733 alumnos de educación especial, un auténtico desafío educativo

28 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Repartidos por todo el territorio, en Galicia hay dieciséis colegios públicos que se enfrentan cada día a un desafío educativo incomparable. Sus alumnos han llegado tras dictámenes que aconsejaban su ingreso, pese a la política de integración en colegios convencionales que prima ante cualquier disfunción que pueda padecer el escolar. Son chavales con tipologías muy diversas. Autistas, invidentes, con trastornos de conducta, con síndrome de Down, los hiperinteligentes, los que sufren parálisis cerebral. Alumnos distintos cuya singularidad ha aconsejado una escolarización también distinta y especial.

En cada colegio la enseñanza se aborda de forma diversa en función de la problemática del alumno. Los currículos son los mismos que para el resto de los escolares gallegos, adaptados a su ritmo de aprendizaje. La Xunta sin embargo tiene sobre la mesa un proyecto de legislación específica para atención a la diversidad que establecerá protocolos más definidos sobre las necesidades de los alumnos y cómo satisfacerlas. No siempre la familia y la Administración están de acuerdo en la mejor manera de escolarizar al niño y Educación busca un marco modernizado y menos ambiguo .

Lo que no atenderá la nueva legislación es la continuidad en la atención a estos chavales, una de las principales demandas de las familias. Pese a que los alumnos pueden llegar a quedarse en el colegio hasta los 21 años, no hay ningún recurso específico que aborde la continuidad en la enseñanza para muchos de ellos, que llegan a esa edad sin haber adquirido una autonomía y, por supuesto, sin posibilidades de acceder al mercado laboral. Parte de esos 733 alumnos viven en el colegio de lunes a viernes.

Buena parte de los profesionales que trabajan con estos chavales apoyan la reivindicación de las familias, que ven cómo los conocimientos que sus hijos han adquirido con enorme esfuerzo y un gasto extraordinario por parte de la Administración se pierden con rapidez en cuanto el alumno se aleja del colegio y de cualquier oportunidad de continuar su progresión: «A partir de los 21 dejan de ser responsabilidad de Educación -explica Manuel Rey, asesor de orientación educativa de la consellería-, pero es cierto que debería existir una continuidad porque lo aprendido se pierde a gran velocidad».

Los colegios de educación especial se han convertido también en pequeños laboratorios de innovación pedagógica, normalmente con una adecuada dotación de recursos humanos y técnicos, donde los retos que marcan las capacidades del alumnado determinan una compleja respuesta educativa y donde los grandes éxitos residen muchas veces en las pequeñas cosas. En cualquier caso, suponen un importante gasto por alumno, con una dotación que muchas veces roza la paridad entre el número de escolares y los empleados del centro.

Atención a las familias

En varios colegios, los educadores reclaman más trabajo con las familias, desbordadas por el problema y necesitadas de una formación y apoyo que revierta en que la educación que recibe en el colegio tenga una continuidad en su hogar. Otra queja común es la falta de visibilidad: «Cuando salimos, nos miran como bichos raros», expresa una educadora de uno de estos centros. Contra ese tipo de fenómenos trabaja la filosofía de la integración en los colegios convencionales, la misma que ha provocado que algunos de estos 16 centros de educación especial tengan plazas libres, dado que la mayor parte de los casos no llegan hasta ellos.