El coto cerrado de los controladores

GALICIA

Un periodista de La Voz, que en el 2000 se presentó a los exámenes, relata cómo fue su entrevista de trabajo, en la que le preguntaron si tenía lavadora en casa

15 feb 2010 . Actualizado a las 13:42 h.

Durante el último mes, el Ministerio de Fomento ha mantenido un pulso con los controladores aéreos, cuyo salario medio en años anteriores fue de 334.000 euros. El sueldo base ascendía a 200.000 euros, el doble de lo que percibe íntegramente un controlador británico.

El acceso a un puesto de controlador aéreo está regulado mediante unas pruebas de acceso que, a priori, buscan un perfil de aspirante que domine el idioma inglés, que posea capacidad de decisión, estabilidad psicológica y una edad ideal entre 21 y 28 años. Sin embargo, en los exámenes de selección llevados a cabo en el 2000 se detectaron algunas circunstancias que hicieron sospechar de que el proceso no había sido limpio.

Se convocaron doscientas plazas. Alrededor de 7.300 personas se presentaron a las pruebas. La primera de ellas consistía en una audición en inglés, con su respectivo test, y ejercicios psicotécnicos en un ordenador. Era eliminatoria y Aena recomendaba finalizar la tarea en menos de tres horas. Sobre 550 aspirantes pasaron la criba.

La siguiente prueba, también eliminatoria, consistía en un examen oral de inglés. Era la primera de las entrevistas. Entre 150 y 200 candidatos se quedaron por el camino.

De esta manera, alrededor de 400 personas alcanzaron las dos últimas entrevistas. Después de redactar un pequeño currículo, los pretendientes mantenían una charla con un psicólogo que modificaba continuamente la situación para determinar la estabilidad y la capacidad de reacción del candidato.

El último escollo era un encuentro con controladores aéreos en activo. Suponía la novedad de la convocatoria de las pruebas del 2000 y, sobre el papel, figuraba como una «entrevista de trabajo».

Yo me encontraba entre los candidatos que alcanzaron la última etapa de aquel proceso de selección. En la entrevista de trabajo, me aguardaban dos controladores. Cuando entré en la sala en la que se hallaban, ambos hojeaban mi breve currículo. Tardaron un rato en dirigirme la palabra.

La primera pregunta que me formularon fue si cuando era universitario y vivía en Santiago, habitaba en un piso con lavadora. Al oír mi respuesta negativa, uno de ellos me comentó que su hijo se acababa de ir a estudiar fuera de casa. Había amenazado a su vástago con que, si lo visitaba con ropa sucia, no le dejaría lavarla.

Los dos controladores dispararon la tensión. El momento culminante llegó cuando uno de ellos me interrogó acerca de mi opinión sobre el sueldo que percibían. Respondí: «Creo que está bien pagado, aunque supongo que será un trabajo duro en el que hay que ganárselo».

El silencio se volvió a hacer en la sala. Uno de los entrevistadores, que trabajaba en el aeropuerto de Sevilla, se dirigió a mí. «Cuando llegas a fin de mes, no te creas que estás tan bien pagado», espetó.

Después de una prueba en la que me sentí rechazado desde el comienzo, en la que los dos examinadores dialogaron mucho entre ellos y me ignoraron durante períodos prolongados, me topé en Barajas con otros dos aspirantes. Uno era de Pontevedra. Me confesó que le había sorprendido el trato «hostil» que había recibido por parte de los controladores. El otro era de León. Me explicó que se había encontrado muy a gusto y que se había pasado diez minutos bromeando acerca del precio que les pedía a los entrevistadores por su reloj.

Las pruebas concluyeron alrededor del 10 de junio. Las notas no fueron publicadas hasta finales de julio, unos días después de que Francisco Cal Pardo, entonces presidente de Aena, presentase su renuncia. Cuando las colgaron en Internet, un texto hacía referencia a que «por decisión extraordinaria», se había ampliado el cupo de plazas de 200 a 215. El aspirante de León estaba en la lista de admitidos. El de Pontevedra y yo, no.