¿Dónde está Mangouras?

Lois Blanco

GALICIA

Vitor Mejuto

12 ago 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

LAS vacaciones me han llevado a Tomiño; el último brazo de Galicia, entre la ría de Vigo y el delta del Miño. El lunes de la partida los tejados de Santiago eran de teja roja pálida por las cenizas. El viaje hacia el sur fue entre llamas y humo, a medio gas, con las luces cortas encendidas y la entrada de aire cerrada. Los niños gallegos recordarán de este verano que el fuego les acompañaba en las excursiones a la playa. Los míos ya se han doctorado en aeronáutica. Diferencian a distancia si viene o si va, si es un hidroavión o un helicóptero, si la neblina lleva agua o ceniza. Cuando de noche dejan de volar los aviones, por debajo de las bombillas de las farolas del sur se ve viajar la ceniza de la Galicia quemada. Como usted, esta semana he tenido la sensación de que el fuego me persigue. Cuando se le pueda poner una cifra rigurosa a la tragedia de agosto, descubriremos que son más las hectáreas calcinadas que las toneladas de chapapote que transportaba el Prestige hace tres años y nueve meses. Las playas ennegrecidas entonces están regeneradas desde hace un par de veranos. Pero que no vaya nadie en mucho tiempo a buscar una sombra a cualquiera de las hectáreas calcinadas este agosto, porque no la hallará. Después de una sucesión de mareas negras en Galicia -tantas como uvas tiene un racimo- la del Prestige sirvió para poco más que alejar unas millas de la costa el corredor marítimo de Finisterre. El Gobierno de entonces acusó de la tragedia a las organizaciones mafiosas que controlan el tráfico de mercancías peligrosas; la oposición, al Gobierno. Obviamente, el problema no se ha resuelto. El capitán Mangouras se ha jubilado en las islas griegas, y la empresa que fletó el petrolero se ha esfumado. El Mangouras de los bosques, en cambio, es una suma de personas anónimas que viven entre nosotros, pues salta a la vista que los detenidos sólo son un porcentaje residual frente al total de incendios provocados. A pesar de ello, a la Xunta y al Gobierno central les ha dado por salir del paso señalando hacia etéreos «terrorismos» y «bandas de criminales» como principio y fin de esta tragedia de dimensiones casi atómicas y de origen estructural, porque a menor escala se repite año tras año desde hace muchos. Es triste recordarlo porque uno se siente viejo, pero eso ya lo hicieron Sineiro (PSOE) durante la deforestación de 1989 y Romay Beccaría (PP) en los noventa. Cuando una campaña antiincendios le iba mal, el primer padrino político que tuvo Feijoo se fotografiaba con paracaídas en miniatura y denunciaba que eran el cuerpo del delito de bandas criminales. Si coincidía con elecciones, Fraga echaba leña a las brasas y acusaba a los del Bloque de prender la mecha. Varios gestores de la crisis actual fomentan con sus declaraciones el caldo de cultivo para que luego se escuchen gritos en las manifestaciones de Nunca Máis contra los incendios, porque «benefician aos do PP». Como con el fraguismo, pero al revés, vaya. No se nos ha venido encima un petrolero rechapado sin dueño ni destino, sino una tragedia tan previsible como la próxima marea negra en Galicia. Los millones de árboles quemados en los últimos cuarenta años no han servido para evitar que ahora el fuego nos rodee. Tampoco nos ha servido de mucho que el norte de Portugal, que es nuestra frontera más amplia, ya lleve en llamas cinco años. Esta crisis social desatada por el fuego dejará los montes negros y sin esperanza, si la clase dirigente se preocupa más por no salir chamuscada y menos por desbrozar el camino para convivir en armonía con la biodiversidad de la naturaleza que nos sustenta. Xunta y Estado van a intentar salir del aprieto montando una película de malos (los incendiarios) y buenos (los polis), cesando a un director general, repartiendo dinero entre los damnificados y prometiendo I+D para el crecimiento rápido de los castaños y los grelos. Si no pasan de ahí, el fuego volverá y, otra vez, nos pondremos a buscar al Mangouras de turno.