El empresario Amador Castro desembarcó en la comarca ferrolana a finales de la década de los noventa, cuando comenzó a construir en As Somozas dos plantas que entonces fueron pioneras en la industria del reciclaje. Inicialmente puso en marcha una terminal para el reciclaje de neumáticos, cuyo proceso de valorización utilizaría también para producir electricidad -aunque nunca llegó a funcionar a pleno rendimiento- y, posteriormente, activó una planta de reciclaje de aceites usados, principalmente del sector pesquero e industrial.
En esta doble aventura empresarial, Amador Castro, dueño de Portvigo, estaba asociados al grupo vasco Guascor, con el que anunció otros proyectos que sumarían 1.770 millones de euros y más de 1.000 empleos. Entre las actuaciones, se llegaron a anunciar algunas asombrosas, que nunca llegaron a ver la luz, como la puesta en marcha de una planta de cultivo hidropónico que serviría para hacer crecer la hierba en pocos días, con la que se alimentaría a 25.000 cabezas de ganado. Posteriormente, la carne de las terneras se envasaría con un código de barras que podría ser descifrado a través de una página web a la que accederían los consumidores que quisieran saber todos los detalles sobre la alimentación y las medicinas tomadas por el animal.
Entonces, también inició su actividad en el ámbito eólico, con una sociedad en la que, en el 2003, llegó a participar la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), con un 10% del capital. Pese a la ambición con la que entró en el sector, su participación se limitó a poner en marcha pequeños parques.
Disuelto ya el acuerdo con Guascor, Enviroil puso en marcha el primer hotel con spa de la comarca, en Río do Pozo, así como una estación de servicio. Al mismo tiempo anunció la materialización de nuevos proyectos en As Somozas, como la construcción de un planta de reciclaje de filtros. Este proyecto, como la construcción de un buque antipolución, tampoco llegó a ejecutarse.