David Cal logra la plata en los 1.000 metros, la prueba que ganó en Atenas

Colpisa

OLIMPIADAS 08

El cangués, aunque no pudo ganar al hungaro Vajda, conquista su tercera medalla olímpica y se convierte en uno de los mejores atletas españoles de todos los tiempos.

22 ago 2008 . Actualizado a las 20:41 h.

Es algo propio de los grandes campeones. Para ellos sólo el oro es suficiente y tienen que hacer un esfuerzo de resignación para conformarse con menos. Es lo que le ocurrió a David Cal en Shunyi. El palista gallego no pudo revalidar su título olímpico en la prueba de 1.000 metros de canoa canadiense y su segundo puesto -al fin y al cabo, una plata que sería el sueño de tantos deportistas- le supo a poco aunque intentara disimularlo. «He luchado al límite para ganar, pero no ha podido ser. Sólo queda felicitar al húngaro», declaró. La prueba tenía dos claros favoritos, Attila Sandor Vajda y David Cal, toda vez que el alemán Andreas Dittmer había dado serias muestras de flaqueza en las semifinales; tantas, que ni siquiera pudo clasificarse para la final de 500 metros siendo el campeón olímpico de la distancia.

Sobre el papel, la igualdad era extrema entre el húngaro y el español, de modo que las condiciones ambientales en las que se disputara la carrera iban a ser decisivas a juicio de los técnicos.

Los marcadores electrónicos no tardaron en aportar esos datos clave: 32 grados de temperatura, 47 de humedad y un leve viento de 4 kilómetros por hora. En principio, nada raro. Lo que se esperaba. El calor no era problema, ya que Cal se había preparado a conciencia durante mes y medio en el mejor horno que su entrenador, Xuxo Morlán, encontró para ello en la Península Ibérica: el Salto de Saucelle, un rincón perdido de la provincia de Salamanca, dentro del parque de los Arribes del Duero. Desde el pasado 21 de junio hasta poco antes de viajar a Pekín, el campeón olímpico español trabajó sin desmayo -insolación incluida- en ese paraje solitario.

La humedad, por su parte, era superior a la de Salamanca y resultaba un poco molesta, pero no suponía un hándicap a tener en cuenta.

El problema estaba en ese viento leve que se descorría, bajo la solana, sobre las aguas del canal de Shunyi. En concreto, en su dirección. Era una brisa lateral y Xuxo Morlán supo entonces que Vajda partía con ventaja. La prueba iba a ser lenta, a razón de 62 o 63 paladas por minuto. Y a su pupilo le convenía una frecuencia superior, entre 65 y 66. Terminando sobre los tres minutos y cuarenta y cinco segundos, David no tiene rival. A partir de tres minutos cincuenta, en cambio, comienzan los agobios. En esos tiempos, el abanico se abre. Iba a ser, pues, muy complicado superar al húngaro, campeón mundial el pasado año en Duisburgo y tercero en Atenas, que es más pequeño que el español y da sus paladas más inclinado hacia delante, con lo que los vientos frontales o laterales frenan menos su avance.

Las previsiones de Morlán se cumplieron al milímetro en una final que David Cal comenzó a un ritmo inferior al resto de los ocho finalistas. Se quedó el último y en las tribunas hubo un momento de perplejidad. Incluso el speaker, que radiaba la prueba con un tono histérico y atronador más propio del pressing-catch, pareció sorprenderse. Poco a poco, sin embargo, el palista de Cangas de Morrazo fue remontando y superó incluso a Attila Sandor Vajda, que se estaba regulando todavía más que él. De hecho, el húngaro ocupó el último puesto en el paso de los 250 metros. Cal cruzó el sexto, 1,3 segundos por delante del hombre que le acabaría batiendo.

A mitad de la prueba, la final estaba todavía sin definir. El uzbeko Vadim Menkov iba como un tiro y el español había adelantado hasta la segunda posición y seguía manteniendo casi una canoa de ventaja respecto a su máximo rival. Todo pintaba bien, pero entonces llegó el formidable arreón del húngaro, que contó con un gran apoyo en las gradas. El palista de Szeged puso un ritmo altísimo y su remontada resultó espectacular. En los siguientes 250 metros sacó un segundo y medio a Cal, que lo dio todo pero fue incapaz de seguirle. En la línea de meta, el húngaro le superó por más de dos segundos. Como Xuxo Morlán se temía, había sido una final perfecta para él. Tres minutos y cincuenta segundos.

Los palistas no tardaron en dejar sus canoas en el embarcadero y dirigirse a la zona mixta, donde les aguardaban las televisiones, las radios y los chicos de la prensa. Derrengados por el esfuerzo brutal, sus caras lo decían todo. Vadim Menkov estaba contrariado.

Seguramente, se lamentaba de no haber reservado algunas fuerzas para la parte final, en la que le adelantó el canadiense Thomas Hall, medalla de bronce. Andreas Dittmer era un campeón en la hora de la derrota. Se iría de los Juegos de Pekín sin medalla, pero se mantenía serio y digno, con su porte soberbio de general de la Lutwaffe. Vajda, no hace falta decirlo, era el hombre más feliz del mundo. Y luego estaba David Cal, cuyo estado de ánimo siempre resulta difícil de interpretar. Se puede decir que parecía tranquilo y resignado. No había otro remedio que conformarse. Y quizás valorar la plata como lo hacía su madre, María José, en la tribuna. «Hay que estar contentos. Otros no tienen nada y nosotros ya tenemos en casa tres medallas, hombre». 08/22/17-