El estradense que surca los cielos

Rocío García Martínez
Rocío García A ESTRADA |

DEZA

Ventura Matalobos es uno de los pioneros gallegos del vuelo en ultraligero. En los años ochenta ya recorría Vea por el aire y hoy no hay sábado que no despegue

05 sep 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Dicen los expertos que más vale estar en tierra con ganas de volar que estar volando con ganas de estar en tierra. El estradense Ventura Matalobos Casanova pasó años en tierra deseando volar y, en cuanto cogió los mandos de un ultraligero, tuvo claro que lo suyo era más viajar por aire que por tierra. Durante su juventud en A Ribeira (San Andrés de Vea) siempre soñó con ver las nubes de cerca. «Recordo que eu e un compañeiro colliamos as bicicletas e ibamos ata Santiago para ver os avións despegar e aterrizar», comenta.

El momento de cumplir su ilusión le llegó en 1985, cuando se fue a trabajar como palista a Granollers (Barcelona), en las obras de la autopista. Allí tuvo la oportunidad de iniciarse en el vuelo libre. Empezó con el ala delta sin motor. «Había que despegar en carreira polo monte. Teño as pernas todas escaralladas daqueles voos», recuerda el piloto.

Más que desanimarlo, aquellas primeras experiencias le metieron el gusanillo del vuelo para siempre. De regreso a Galicia, en el año 1987, fue uno de los pioneros del desaparecido club de vuelo de A Lanzada (Pontevedra) junto con José Antonio Taibo Carro y Martín Uhía Lima. Ahí comenzó su pasión por el vuelo con motor en ultraligero. Para Ventura Matalobos, al principio, volar fue casi como tener una amante. Entonces el vuelo en ultraligero lo practicaba poca gente y casi todos los profanos lo veían como «algo de xente tola». No faltaron discusiones familiares para intentar convencer a Ventura de que se quedase con los pies en la tierra. «Non entendían como a un pai con tres fillos se lle ocurría saír a voar», explica el piloto. Después de su primer y único accidente, la comprensión con su afición fue aún a menos. «Foi precisamente en Vea, ó lado da casa familiar. Tiven que facer unha aterrizaxe limitada, nunha pista pésima e con pouco espacio e cunha turbulencia. Acabei rompendo unha perna», comenta. «Ós seis meses xa estaba no aire outra vez. Esto ou non che gusta ou gústache para sempre», comenta.

La devoción por el vuelo pesó más que el temor de quienes le rodeaban. Ventura mantuvo su afición a lo largo de los años y finalmente convenció incluso a su mujer para que le acompañe de vez en cuando a la pista de vuelo. Cuando las instalaciones de A Lanzada tuvieron que cerrar a mediados de los años 90 -«prohibíronnos aterrizar alí, eu penso que por temas políticos»- el medio centenar de pilotos de aquel club se repartieron entre dos nuevas instalaciones en Portugal y en Santa Comba. Desde entonces, Ventura Matalobos acude religiosamente cada sábado a la pista de Santa Comba. «Se o tempo permite voar, voamos e, senón, pasamos o día alí. Somos como unha gran familia», asegura.

Aunque tiene raíces estradenses, Ventura vive en Boiro desde hace 33 años. A la cita con Santa Comba no falta ni un sábado. Ya no es capaz de calcular las horas de vuelo que acumula ni los kilómetros recorridos, pero en el club de vuelo lo consideran una institución. Hace años cubría con frecuencia el trayecto de Santa Comba a Vea en ultraligero. El tiempo medio del viaje son tres cuartos de hora. «Aterrizaba nunha finca cerca da panadería, daba unha volta e volvía», explica. Ahora prefiere sobrevolar las rías. «Cando os ventos laminados do mar che pegan na cara, disfrutas como un camello», asegura.