La pequeña alegría del tigre de Astillero

Xurxo Fernández Fernández
xurxo fernández REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Manolo Preciado ha superado varias desgracias dentro y fuera de los campos de fútbol

04 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Otra vez el Bernabéu. En los casi tres años de relación entre el Sporting y Preciado en Primera, las dos citas clave han tenido como escenario la cancha del Real Madrid. Allí maduró la pareja, rompiendo con la felicidad propia de los primeros días juntos, convertida en euforia por el ascenso. El 7-1 encajado en territorio merengue coronó un traumático regreso a la máxima categoría. El grupo del técnico de Astillero encajó 19 goles en cuatro jornadas sin sumar un solo punto.

Los de Gijón no pasaban de ser un equipo simpático que olía a rápido retorno a Segunda. Hasta ese viaje de vuelta a Asturias desde la capital. La plantilla se conjuró para evitar nuevos ridículos, invitados a no vender barato el puesto entre los grandes. Se trataba de luchar y los del Molinón no podían tener mejor guía. La historia de su entrenador es un ejemplo de superación resumido en una frase: «La vida me ha golpeado fuerte. Podía haberme hecho vulnerable y acabar pegándome un tiro, o podía mirar al cielo y crecer. Elegí la segunda opción».

Agrios momentos jalonan la trayectoria en los banquillos, acompañada de dramas extradeportivos. Dos pretemporadas saboteadas por la desgracia. En verano del 2002, Manolo Preciado (Astillero, Cantabria, 1957) quedaba viudo por culpa de un cáncer. Pasaba entonces los primeros días al frente del club de sus sueños. Tras varias temporadas al frente de la Gimnástica de Torrelavega y el filial del Racing, por fin tomaba las riendas del equipo en el que se había formado como jugador. La carrera al frente de los santanderinos arrancó marcada por la tristeza de la muerte de su mujer y apenas duró 18 jornadas hasta que apareció «una paloma» y le «cagó encima».

Víctima de Piterman

Así recuerda el técnico la irrupción de Piterman en el club cántabro. El ucraniano se cargó de un plumazo un director deportivo (Quique Setién), un entrenador (Preciado) y una idea. El técnico pretendía seguir el modelo del Athletic o la Real y crear una plantilla con jugadores de la zona. De aquella etapa liquidada por el histriónico empresario se acuerda Setién, ahora exitoso responsable de un Lugo lanzado. «Era un entrenador muy cercano a los jugadores, capaz de sacar lo mejor de cada uno», afirma sobre el de Astillero, al que dio la alternativa en el Racing.

Tres temporadas tardó Preciado en regresar a Santander. Su primera campaña en el exilio la cumplió al frente del Levante, cuyo ascenso a Primera no le sirvió para renovar y acabó con un corto traslado a Murcia. Apenas había aterrizado en el club pimentonero cuando una nueva desgracia irrumpió en su pretemporada: su hijo pequeño, Raúl, moría en un accidente de moto a los 15 años.

Trece partidos aguantó el técnico con los murcianos antes de regresar a casa. Un retorno poco afortunado que acabó en dimisión a la altura de la jornada 34 (aseguró con honradez que no se sentía capaz de salvar a un equipo que finalmente acabaría manteniendo la categoría). Y de allí, a Gijón. El Sporting buscaba líder para un proyecto con poco dinero y mucha cantera. Imposible encontrar un fichaje más adecuado que el motivador cántabro, encantado de trasladar a Asturias la idea que no había podido desarrollar en su Racing.

Llegó un ascenso en el que pocos confiaban y comenzó una etapa en Primera consagrada a la perenne lucha por la salvación. Ayudó la bofetada blanca del 7-1, pero la empresa volvió a complicarse esta temporada. La falta de victorias aproximó la destitución, precisamente a las puertas de la visita a Santander. En esta ocasión hubo suerte, en forma de negativa. Mendilibar y Marcelino rechazaron la oferta asturiana y permitieron a Preciado volver a cruzarse con su estimado Mourinho. Sí, otra vez en el Bernabéu.

«Podía haberme hecho vulnerable (...) o mirar al cielo y crecer. Elegí la segunda opción»