El pato Donald y otros experimentos &

Rober Bodegas

CULTURA

21 ago 2008 . Actualizado a las 23:26 h.

No sé si esto que voy a comentar es algo de lo que todo el mundo se ha dado cuenta ya, pero tampoco creo que nadie lea mi texto intentando encontrar en él el sentido de la vida. Hoy voy a hablaros de la obra del señor Walt Disney. La más antigua. Mucho antes de la era digital. Yo no sé si el tío hizo lo que hizo porque no esperaba triunfar o porque era así de retorcido. Pero hoy las protectoras de animales arremeterían contra él día sí, día también. Porque, a ver, empezó bien. Con respeto. Creó al ratón Mickey. Un ratón que habla. No pasa nada. Aquí hubiera podido intervenir mi madre y decirle a Walt Disney: ¿y si todos los dibujos animados se tiran por un puente tú también tirarás a Mickey? Pero, claro, mi madre no estaba en Chicago a principios del siglo pasado. En fin, que lo de que hable lo entendemos. De su voz ya no vamos a opinar? Por otra parte, es obvio que el ratón no iba a hablar solo, así que Walt creó nuevos amiguitos para hacerle compañía. Pero Mickey es un ratón, por muy entrañable que sea: es un ratón, con todo lo que conlleva. Una de las mayores fuentes de transmisión enfermedades. Así que el señor Disney, todavía en una etapa coherente de su creación, le puso unos guantes blancos para evitar contagios inesperados.

Mickey tenía básicamente un único colega, a parte de su ligue Minnie, la rata con nombre de vaso grande de calimocho. Goofy. Un perro. Vale que añadir otro ratón empezaría a resultar asqueroso, además de que propiciaría un triángulo repleto de tensiones sexuales. Vale también que poner un gato sería un cantazo. Pero un perro le llega de güevos? En este momento se despejaron las dudas acerca de la cordura del dibujante. Pero lo peor fue comprobar que Goofy también llevaba guantes blancos. Porque ahí uno ya empieza a pensar mal aunque no quiera. Porque vale que los lleven los ratones, en aras de la salubridad del colectivo animado, pero ¿los perros? ¿Por qué? ¡Si hasta dicen que si te lamen las heridas se te curan antes! ¿Acaso eran ladrones los personajes Disney? De algún lado tenía que salir la pasta con los pedazo castillos que tenían las princesas de todas sus pelis. No sé.

Pero dejemos las suspicacias. Ya que al mencionado trío se le unió una mascota. Pluto. Otro perro, solo que este no hablaba. No porque fuera mudo, no. Porque ladraba, era un perro normal paseado por un perro parlanchín. Y por un ratón. Ya no voy a lo absurdo e incoherente del caso, sino a lo degradante que resulta. ¿Se puede vivir bajo una humillación mayor? No creo, diréis. Pues sí. Porque por si esto no fuese suficiente, el tío hizo a Pluto naranja. Que lo veías y no sabías si era la mascota de Mickey o la de Repsol Butano. El señor Disney, no contento con no dotar a Pluto de habla, va y lo pinta de naranja, para que encima se vea desde bien lejos lo tonto que es.

Y aquí es donde Walt se convirtió definitiva en un ser perverso, una mezcla de profesor Frankenstein y doctor Moreau. Porque llegó el momento de aumentar la familia y se le dio por los patos. Donald, Daisy, los sobrinitos y demás. ¿Y? Os preguntaréis. Pues que tenían manos. Donald era un pato con manos. Y eso, lo queráis o no, es raro. Yo quiero pensar que en un principio creó unos patos normales, pero los guionistas protestaron por lo difícil que era escribir situaciones para un personaje sin manos y dijo Disney: «Ningún problema, pasadme el típex». Y en dos trazos teníamos a los primeros patos manazas de la creación. Eso sí, como el tío, insisto, era un cabrón, no hizo esto gratis. Le dijo a Donald: «¿Quieres manos? Pues te las cambio por tu voz y tu dicción». Y así Donald pasó a ser un pato con manos, pero tartamudo y afónico como si fumase dos cajetillas de negro al día. Eso es tener maldad.

Y lo que vino después ya lo conocéis, una chiquilla con cuerpo de pez, un niño de madera, un cervatillo con trastorno bipolar, un elefante orejudo y volador, y muchas otras criaturas que no habrán visto la luz por resultar demasiado horripilantes. Para protestar después por que se experimente con las ratas de laboratorio. Hemos crecido presenciando este tipo de atropellos, ¿cómo vamos a tener escrúpulos para diseccionar a un hámster?